Restringido
El reloj parado
He vuelto a ver los álamos del Duero. Este viaje otoñal a Soria, con parada y fonda en Garray, al pie de Numancia, se ha convertido en una cita familiar obligada y un buen pretexto para contemplar una vez más en estas fechas la colorida y serena belleza del campillo de Buitrago y de El Valle y sumergirse luego en el pinar por el camino que asciende a la Cebollera. No quedó siquiera tiempo para visitar a Juliana, la anciana monja anacoreta que vive sola en una cabaña cerca de Molinos de Razón, a la que está a punto de echársele el duro invierno encima. Las heladas de madrugada ya han hecho su presentación en estas altas tierras de montaña y esta mujer belga de ojos claros, uno de ellos averiado, que se levanta a las cinco para rezar maitines, no tiene calefacción ni agua caliente. Ella reza, lee, oye música, cultiva su pequeño huerto y así apura su vida.
Sor Juliana se me representa como la mejor metáfora del silencio y la soledad de esta tierra soriana, árida y fría, abandonada por los políticos. Cuando llegas del tumultuoso ajetreo de la capital notas que todo sigue igual, las mismas gentes, las mismas conversaciones, el mismo paisaje, los mismos viejos sentados en el poyo de la calle, como si el mundo aquí se hubiera quedado quieto, inmóvil, petrificado, como si todos los relojes se hubieran parado hace mucho tiempo. Da la impresión de que aquí nunca pasa nada, salvo el paso silencioso de las estaciones y el gru-gru de las grullas en el cielo. Ante tí aparecen los mismos rostros desconocidos, como si los conocieras de toda la vida, el mismo rumor del agua del río y del viento en los árboles de la orilla, la misma luz desfalleciente, las mismas torres aún sin cigüeñas con las campanas calladas, si es que aún quedan campanas, la misma fuente sola, las mismas calles solitarias sin cruzar un alma, los mismos perros callejeros, el mismo cuervo graznando y volando alto hacia la umbría del monte... Ni siquiera el paso de los coches por la carretera rompe la monotonía. La diferencia con la monja Juliana es que esta tierra soriana hace tiempo que renunció a la mística. Los que notan que les hierve la sangre no aguantan más, cogen el hato al hombro y se largan. Eso es lo que pasa.
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