Paco Reyero
El rumor y el crimen
La semana pasada agentes de la Policía encontraron emparedados en cemento los cuerpos de una mujer, su pareja y la hija de la primera, de 6 años, en Dos Hermanas. La muerte, y aún más por asesinato, a hora temprana hace que esta descripción, aparentemente tan precisa, de Juan Ramón Jiménez llegue a deshoras: «Yo no seré yo, muerte,/hasta que tú te unas con mi vida/y me completes así todo;/hasta que mi mitad de luz se cierre/con mi mitad de sombra». Era la consecuencia fatal de un sórdido asunto de drogas, una venganza, con grupos mafiosos enredados con el lumpen de la subsistencia y la marginalidad. El estupor que provocó el hallazgo de los cuerpos predispuso al vecindario a una epidemia de angustia: ahora vendrán a por nuestros hijos. Y llegó el rumor, que se hizo certeza, por la misma pantalla, por el mismo gadget que distrae, entretiene y se puebla de banalidades, de ocurrencias menores, de retales. «¿No se cansa el ojo de ver y el oído no se cansa de escuchar?», se pregunta el Eclisiastés. Dos mujeres propagaron falsariamente que el Clan de los Turcos había incendiado un colegio y colocado bombas. Los bomberos corrieron para comprobar que... no había fuego. Pero el bulo ya era verdad. En un entorno cambiante, la escasez de información hace que la duda se consolide. A través de la pequeña gran dimensión del móvil, nuestro entorno cada vez es mayor y nuestro conocimiento empequeñece. El temor a un fin irreparable obliga a actuar... aunque el motivo sólo sea un germen de mentiras. Los padres arramplaron con las instalaciones y se llevaron a los niños. Al cabo de varios días los colegios de la zona todavía presentaban graves ausencias del alumnado. Whatsapp propaga verdades y mentiras, aunque toda su misión es propagar. Marc Argemí ha publicado recientemente «El sentido del rumor» (Península) en el que aborda cómo la ficción del universo digital se desborda hasta hacerse real. En la política, en la economía o ante el temor de que asesinen a tus hijos.
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