Manuel Coma

El triunfo yihadista

El mayor éxito de la Guerra Santa musulmana desde la expulsión de los cruzados de Jerusalén, en 1187, por Saladino, un kurdo nacido en Tiqrit, la ciudad de Saddam Hussein. Así ha sido caracterizada la toma de Mosul por el ISIS, de las siglas, mezcla de inglés y árabe, de la organización yihadista Estado Islámico de Irak y..., siendo la S final, en principio, Sham, que significa Levante, en general, pero también podría designar vagamente a Siria. Es la transformación de Estado Islámico de Irak, a su vez escisión de «al-Qaida en Irak». Mosul, en el norte-centro del país, capital de facto de la zona árabe-suní, ha sido convertida por los medios, en estos últimos días de aciaga fama, en la segunda ciudad de esa nación, puesto que en realidad le corresponde a la meridional y chií Basora.

El ISIS se ha revelado no sólo más radical y feroz, sino también más poderoso y eficaz que el tronco del que procede y es el imán que atrae con preferencia a los candidatos a guerreros santos originarios de toda la umma o comunidad islámica. Los servicios occidentales cuentan con que hay más de mil que allá se han ido desde nuestros lares y se estremecen con su retorno para ejercitar entre nosotros sus fervientes devociones y adquiridas habilidades, como el que atentó contra el museo judío de Bruselas. De momento se aplican a la creación de un emirato islámico, de la más estricta observancia coránica, sin economizar en la brutalidad de los procedimientos, en el este de Siria y el noroeste de Irak. En estos últimos días han dado un paso de gigante y han convertido en realidad la muy anunciada predicción de que la tragedia siria desbordaría inexorablemente sus fronteras. Está ya desestabilizando a Líbano, amenazando a Jordania, incordiando seriamente a Turquía y ahora rebota sobre Irak, de donde la organización había venido y cuya arremetida en curso implica la muy seria e inmediata posibilidad de desmembramiento del país. La cuestión ahora es hasta dónde pueden llegar, quién y cómo los van a contener, a qué precio, y otro amplio surtido de interrogantes y repercusiones.

Se nos viene encima la revisión de las fronteras trazadas por ingleses y franceses en el Oriente Medio, según un conveniente reparto de influencias, tras la Primera Guerra Mundial, en las tierras del fenecido Imperio Otomano. No han sido casi nunca pacíficos esos cambios en ninguna latitud y menos en un área tan plagada de conflictos históricos y actuales. ¿Degenerará todo en una magna guerra que subsuma a toda la región? Las líneas de fractura está bien trazadas: la doble y superpuesta oposición irano-árabe, chií-suní, a la que hay que añadir las enconadas pero sinuosas hostilidades en el interior del segundo campo: monarquías y dictaduras tradicionales contra rigorismos islámicos que las amenazan, combate implacable contra terrorismos domésticos a los que subvenciona cuando actúan en campo rival. Descaradas intromisiones de los unos en los asuntos de los otros. Petróleo, desde luego. Poderosas implicaciones de potencias exteriores. Un cocktail de potentes explosivos con muchos detonadores.