Restringido

El último testigo

Alfonso Guerra, Sevilla, 74 años, el único diputado que permanece en el escaño desde la llegada de la democracia, en 1977, anuncia su próxima retirada de la política. Pocos políticos han contribuido más que él en los últimos 40 años a la conquista de las libertades y a la lucha por la justicia. Desde octubre del 74, en el congreso de Suresnes, cuando tomó con Felipe González y con chaqueta de pana los mandos del socialismo español hasta nuestros días, en el que ha salido airadamente al paso de los nacionalistas de la periferia y de los populistas de nuevo cuño. Durante la etapa constituyente, mano a mano con Fernando Abril, fue uno de los principales artífices del consenso constitucional. Fue una curiosa pareja. El uno, ingeniero agrónomo y el otro, perito industrial. Entre los dos resolvieron los puntos oscuros de la Constitución sobre los manteles. Abril, en las largas noches de insomnio, era capaz de aguantar lo que le echaran sin mirar al reloj. Lo mismo que Guerra, frugal, amigo de las chocolatinas y poco dado a abusar de la cama para dormir. Este hombre podía haber sido bardo o sereno si la política no le hubiera torcido la vida. Habría llegado más allá de Mahler y Machado. Lo suyo era, y creo que sigue siendo, el universo de la cultura. Y le gusta estar en posiciones combativas y arriesgadas. Por eso seguramente fundó de joven en Sevilla el grupo teatral «La Trinchera».

Durante el largo período de Gobierno socialista con Felipe González, él fue el que manejó las campañas electorales y las riendas de la política, hasta que llegó el desencuentro entre ellos y se rompió el tándem... Y no ha habido reencuentro. Sus caminos han sido divergentes. El reparto de papeles –tú, el bueno; yo, el malo– se han trocado con el tiempo. En la tercera entrega de sus Memorias, Guerra hace algún ajuste de cuentas. Recuerda, por ejemplo, que sobre el tremendo asunto de los GAL, Felipe le decía siempre: «Está acotado». Dice que perdió la fe en Felipe cuando cambió el Gobierno estando él, que era el vicepresidente y vicesecretario del partido, en Sydney, en una reunión de la Internacional Socialista. También revela que Javier Solana era el topo de Jesús Polanco en el Consejo de Ministros, y que Garzón exigió cobrar en «b» cuando fue candidato frustrado del PSOE, entre otros aguijonazos.

Guerra es un personaje peculiar, muy inteligente y que nunca se ha mordido la lengua. Siempre las ha visto venir. Me parece que ahora no está muy convencido del rumbo del PSOE con Pedro Sánchez. No le ha sentado bien, sin ir más lejos, la actitud justiciera en la expulsión de Virgilio Zapatero. Y, desde luego, está muy preocupado por las adherencias nacionalistas de los socialistas catalanes. Se va aburrido ante tantos despropósitos. Siempre ha fustigado los nacionalismos, incompatibles con el socialismo y, en general, con la izquierda. Sus críticas acostumbran a ser aceradas. Sus agudas diatribas le hicieron temible y divertido. Cuando se vea libre de ataduras y compromisos, volverá seguramente adonde solía. Todo el mundo recuerda lo del «tahúr del Mississipi» con el que intentó descalificar a Adolfo Suárez el día de la moción de censura. Después, me consta de su propia boca, sintió por él respeto, admiración y afecto. Fue uno de los políticos de la Transición que más se interesó por él durante la larga enfermedad. Al final lo apreciaba más que a Felipe González. Su muerte le conmocionó visiblemente. En los tiempos previos a la incorporación de Enrique Tierno al PSOE, obligado por las deudas del PSP, llegó a calificar al «viejo profesor» de «víbora con cataratas». Yo mismo tuve en su día algunos roces públicos con Guerra, lo que no impide reconocer ahora su valía política, su gran aportación a la unidad de España, a la justicia social y a la convivencia democrática de los españoles. Su trayectoria me parece lúcida y ejemplar, aunque no siempre haya estado de acuerdo con él. Se va desencantado y pone el pretexto de los años.

Sería una pena que su voz enmudeciera ahora, cuando más falta hace. Sus últimas diatribas han sido contra Podemos, su actual bestia negra. Critica a las cadenas de televisión que están «incubando el huevo de la serpiente». En «Las Mañanas» de Cuatro mantuvo hace poco un rifirrafe con Juan Carlos Monedero, el cerebro de esta nueva organización política, al que llegó a soltarle: «¡Están ustedes locos!» «¡Eso es un cuento de ignorantes!» «Están ustedes diciendo bobadas, ofrecen soluciones simples a problemas complejos». Etcétera. Y ha dedicado el último número de la revista «Temas», que él dirige, a una crítica despiadada a estos populismos. Se ve que le preocupa profundamente el tema. No es extraño. Populismos y nacionalismos están poniendo seriamente en riesgo el edificio de la concordia constitucional, que él contribuyó activamente a edificar y que ha constituido al mayor período de libertad y progreso de la historia de España. Es prácticamente el último testigo.