Alfonso Ussía
En pesetas...
Detecto malas intenciones cuando se habla de las cuentas corrientes favorables de Monedero. Más de setecientos mil euros entre la cuenta particular y la de su importante empresa. Los hay que, para impresionar más a los incautos, traducen los euros en pesetas, y claro, la cifra que se maneja resulta escandalosa. Es una maniobra injusta y contaminada de envidia. Las pesetas pertenecen al ayer. No parece equilibrado afirmar que Monedero tiene ciento veinte millones de pesetas en lugar de setecientos mil euros. Resulta malvada la adecuación en pesetas claudicadas de los euros en vigencia. Una canallada, por cuanto la «gente», como a ellos gusta definir a la ciudadanía, confía plenamente en su honestidad. Con setecientos mil euros disponibles en el banco se puede vivir más o menos tranquilo, sin alharacas ni excesos. Con ciento veinte millones de pesetas la consideración de «millonario» se ajustaba antaño a la dulce realidad. Todo depende de la intención interpretativa. Además, Monedero no ha acumulado esos centenares de miles de euros en perjuicio de la gente española. Lo ha hecho como consecuencia de la generosidad de millonarias naciones extranjeras que pasan por momentos de rebosada abundancia. El ejemplo de Venezuela y la falta de papel higiénico es un ejemplo perverso. Las naciones y sus pueblos no viven pendientes del papel higiénico, sino de los productos básicos, y éstos están garantizados por el régimen bolivariano de Venezuela. Hay gente que, incluso, con algo de fortuna, puede encontrar un pollo en los supermercados, y cuando en un supermercado se puede hallar un pollo en condiciones, la gente no necesita más.
Es muy fácil afirmar que Monedero tiene ciento veinte millones de pesetas. En reales serían muchísimos más. En tiempos de la Restauración, en el Congreso se discutía en reales. Don Francisco Silvela se lo hizo ver al ministro del Tesoro en un debate. –Señor ministro, con su necia administración, ya se ha pasado del presupuesto en doscientos mil reales-; –¡Ave María Purísima!-, exclamó el ministro, malherido por la perversión de Silvela. –Sin Pecado Concebida –remachó don Francisco– pero se ha pasado en doscientos mil reales-. Y a los pocos días, el ministro dimitió.
El real fue, durante un tiempo, un cuarto de peseta, y también, cincuenta céntimos, es decir, la mitad de una peseta. Las cifras cambian hasta el asombro. Setecientos mil euros se convierten en ciento veinte millones de pesetas. En reales modernos, doscientos cuarenta millones de reales, y en reales antiguos, cuatrocientos ochenta millones. ¿Resulta justo y equitativo acusar al ilustre profesor universitario de poseer cuatrocientos ochenta millones de reales? Se trata de una manipulación escandalosa que nada tiene que ver con la sensatez. Setecientos mil euros y punto. Ni pesetas, ni reales. Entiendo perfectamente que mi querida amiga Carmen Lomana se sienta abrumada por la injusticia, y que el también ilustre y docto profesor Iglesias mantenga su absoluta confianza en su principal receptor del dinero venezolano.
Inflar, hinchar unas cuentas corrientes con monedas incorrientes no lleva a ninguna parte. Todo se resume en la insufrible capacidad del español para hacer daño gratuito al adversario político. Y las izquierdas lo han entendido. Prueba de ello ha sido su mansa reacción y su resistencia a caer en la trampa. Como en el caso de Tania Sánchez, que jamás supo que beneficiaba a su hermano en Rivas Vaciamadrid. La confianza en las personas es fundamental para dibujar el futuro.
Setecientos mil euros. Sólo y exclusivamente setecientos mil euros. A ver si sabemos comportarnos con equidad y criterio.
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