En un lugar de...

Hace 204 años, una cuadrilla compuesta por cuatro trabajadores y un capataz al mando, se afanaba en la tarea de encontrar el sitio donde había sido enterrado Miguel de Cervantes, en el interior del convento de las Trinitarias Descalzas. ¿Quién tomó la iniciativa y dio la orden para esta búsqueda histórica? Fue el propio José Bonaparte, apasionado del escritor nacido en Alcalá de Henares. Pensaba el «rey plazuelas» que España tenía una deuda con tan ingenioso escritor y su cuerpo no podía pasar más tiempo perdido en un espacio tan reducido como el de este convento, cuando había certeza de que aquí se había inhumado. Pero el cuerpo de Cervantes no apareció, no dio señales de presencia. La conclusión de los expertos de la época fue que los restos del escritor pudieron haber ido a parar a un osario común, sellado con cal y cemento, dado que en el momento de su muerte no gozaba de la suficiente fama como para ser enterrado en sepulcro propio y con nombre. Otras de las posibilidades es que los huesos de Cervantes, y otros, hubieran sido cambiados de lugar durante las obras que se llevaron a cabo en el templo en el siglo XVII.

Ahora la tecnología punta entra en el histórico Convento de las Trinitarias a través de un georradar programado para buscar los restos de Cervantes. Ojalá haya suerte, la que no se tuvo cuando hace unos años se puso en marcha una operación para encontrar los restos de Diego Velázquez; como no se ha tenido suerte para hallar los huesos de Lope de Vega, probablemente en un osario general de la iglesia de San Sebastián; o los de Calderón de la Barca, devorados por las llamas en un incendio fortuito; como no se ha encontrado todavía la cabeza de Goya, separada de su cuerpo, y perdida en alguna parte. En un lugar del convento, de cuyo nombre quiero acordarme (se llama de las Trinitarias), ha ya mucho tiempo que fue enterrado un hidalgo escritor, de pluma en astillero, barba a la antigua, rostro flaco y espíritu corredor.