Ely del Valle
Enésimo despropósito
Hay una familia que está haciendo las maletas porque allí donde viven les niegan el derecho a escolarizar en español a su hijo español. No es un caso de querer o no querer. Tampoco de ideología. El niño, simplemente, tiene un problema que le impide expresarse y los médicos recomiendan que se le hable en el idioma materno, que es el castellano, para no crearle más confusión. No lo han conseguido. Es preferible que se vayan, a flexibilizar una política de corsé de plomo en la que un niño con disfasia y su familia son víctimas de un gobierno autonómico para el que salirse del guión, falso y con recochineo, del «Catalonia is not Spain», aunque sea por puras razones humanitarias, es un signo de debilidad intolerable. La actitud de quienes niegan al niño Gonzalo la posibilidad de vivir y de hacerlo además con una calidad de vida aceptable es vergonzosa además de ilegal. Sin embargo, es el niño y su familia los que están envolviendo los recuerdos en papel de burbujas para marcharse del lugar en el que eligieron vivir.
Está ocurriendo lo mismo con empresarios, jueces, arquitectos y profesores que ven cómo sus derechos de ciudadanos españoles quedan supeditados al albur de una clase política que pide una consulta sobre el independentismo mientras lo aplica en contra de las sentencias del Tribunal Supremo y el Superior de Justicia de Cataluña. Es preferible que se marchen. Mejor fidelidad que calidad. Es la opción del provincianismo frente a la de la excelencia. Gonzalo vivirá en Madrid y, con un poco de suerte, conseguirá hablar en su idioma como cualquiera de sus amigos. Será un catalán menos y un madrileño más. Como dijo Albert Einstein, hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y del universo no estoy seguro.
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