Lluís Fernández

¡Escándalo!

N o será plena la democracia española hasta que las televisiones no produzcan una serie como «Scandal». No digo «El ala oeste de la Casa Blanca», que requiere de una industria no subvencionada, tres siglos de división de poderes y un férreo control de sus desmanes.

La verdad es que no queremos hacerla porque si querer es poder, aquí se teme al poder. En una cleptocracia consolidada, ¿pudiera imaginar alguien que muerda la mano del que le da de comer? Además, la sola idea de producir una serie ideal llamada «Moncloa», protagonizada por un presidente del Gobierno, su mujer, amantes, asesores y creadores de imagen, y, a su alrededor, esas afueras del poder que, como un cinturón de castidad, forman los gúrteles y los eres, ladillas voraces enquistadas en las partes nobles del poder regional y nacional, asusta al más pintado. Quizá eso explique la tendencia al costumbrismo ratonero del audiovisual español.

«Crematorio» fue lo más cerca que estuvimos de una crítica de la corrupción del poder, pero no era una crónica fabulada del poder político como «Scandal». Para plasmar la intriga dramatizada del poder, habría que estructurar un melodrama de ambiciones, escándalos económicos y lucha de prestigios, con intrigas criminales y sexo. Sexo como el quinto elemento que coloca al poder en la casilla del deseo, ése que no tiene objeto pero sí sujeto. ¡Y vaya sujeto al que está sujeto! Como que determina mediante el deseo los límites del poder, que no son otros que puro deseo de dinero y poder.

«¡Es-cán-da-lo, es un es-cán-da-lo!», cantaría Raphael en los títulos de crédito de «Moncloa», y el público sabría inmediatamente de qué iba: de España y corrupción. De dinero y poder conseguido con fraudulenta rapidez. De denuncias periodísticas, hundimientos de Carmelos, 3% y sobrecogedores sindicales en bolsas cutres. De un presidente defendido por un asesor de imagen taimado y escurridizo como una anguila gay y asediado por un juego de tronos y luchas intestinas entre barones que pareciera haber vuelto la España medieval. La sola idea de que se realizase produce escalofríos. De placer democrático.