José Antonio Álvarez Gundín

Escuela de parados

La enseñanza en España va como un tiro y, a poco que la Marea Verde afine la puntería, alcanzará sin tardanza el centro mismo de la diana, el 0 patatero, ese analfabetismo oceánico sin apenas lagunas. El Informe PISA publicado ayer no defrauda las expectativas: los notas son peores que hace 13 años, así que el PSOE no necesitará derogar la «Ley Wert» para atribuirse en exclusiva el mérito de que haya un millón de jóvenes en paro, el 70% de los cuales no tiene ni el Bachillerato. El daño sufrido es de tal magnitud que no bastará un cambio de ley para repararlo. Aquí no funciona la enseñanza porque hace ya tiempo que no existe competencia ni diferencia entre los colegios, de modo que los concertados han terminado imitando a los públicos, cuando lo deseable habría sido que los públicos funcionaran con el espíritu de superación de los privados. Lo que determina una escuela de calidad no es su titularidad ni el dinero, sino su voluntad de ser la mejor y eso sólo se alcanza con exigencia, autonomía, profesorado implicado y disciplina. Si Corea, Filandia y Canadá encabezan, año tras año, los rankings internacionales, es porque sus colegios, al margen de quién sea el dueño, se organizan conforme a lo que deciden los padres y los profesores. Los primeros exigen lo mejor para sus hijos y a los segundos le recompensa, en todos los sentidos, que sus alumnos tengan mejores resultados que los demás. En España, sin embargo, da lo mismo graduarse de analfabeto por la pública que por la concertada: el igualitarismo garantiza una mediocridad estándar, de la que resulta sospechoso sobresalir. Ésta es la gran aportación de la pedagogía socialista, cuyos resultados, además de bochornosos, condenan a los jóvenes españoles a competir en el mundo en inferioridad de condiciones. Es decir, a un empleo de baja calidad, cuando no al paro.