José Jiménez Lozano

Estampas españolas

Por lo visto, un prestigioso periódico extranjero, publicó hace unos meses unas fotografías de escenas de miseria en Nuestra España y, por desgracia, miseria hay, pero la intención del periódico se inscribe sin duda en una especie de prueba del hecho de que, tras algunos resplandores en años pasados, España vuelve a su sitio, que es decir a su estereotipo romántico, porque, para ciertos círculos extranjeros, España no es España si deja de ser romántica, con su hambre, su ignorancia y sus negros fantasmas.

Pero, a este respecto, hay otra cosa igualmente cierta, y ésta está en la entraña misma de España, y es nuestra inclinación más o menos intensa a algo así como un masoquismo, que debe de ser como para compensar la inmensa satisfacción de otros muchos momentos que han llegado a un aparatoso orgullo o «rodontade».

Los españoles mismos, en efecto, siempre nos hemos movido, desde la mayor de las autocomplacencias y, pasando por un realismo amargo y crítico, hasta el masoquismo. Pero desde la época romántica, más o menos, España ha sido vista desde fuera y machaconamente, como «el país de lo imprevisto» que diría Richard Ford, o «la casa de Tócamerroque», y no podemos decir que sin razón ni motivos; ni tampoco sin beneficios. Y a este respecto hay que recordar siempre el asunto del bandolerismo andaluz, el de las cárceles inquisitoriales inventadas, las corridas de toros, el cante flamenco, y el pintoresquismo de la miseria, de lo tenebroso y lo fúnebre. Y, sabiendo el fraude de bastantes de esos espectáculos, los viajeros extranjeros se hacían lenguas de la capacidad española para el circo o la dramatización, en lo que también entraban las querellas políticas a la española, digamos que como óperas bufas, pero con muertos de verdad. Todo eso, tan emocionante como resultaba, era un espectáculo para el mundo entero. Y lo que pasó después y colea todavía es que todo ese romanticismo y la pervivencia de Lázaro de Tormes y de las camisas de la Inquisición superaban en atractivo, con creces, lo que se contaba en los novelones góticos y en Dickens, Eugenio Suè y Poe juntos.

Y todo esto llovía sobre mojado, porque hubo un tiempo en el que España había sido una gran potencia internacional, y exactamente un Imperio, y había generado no solamente envidias sino odios, y al odio comenzaron a pintarse retratos y a escribirse historias de España hasta conformar un estereotipo o cliché que luego ha venido actuando automática y constrictivamente, porque en realidad todo sucede como si España misma y los españoles no pudieran ser ni comportarse fuera de ese cliché.

Esto se llamó «la leyenda negra» de España y hubo hasta estudios monográficos sobre el asunto hace casi cien años, que pretendían destruir ese cliché, pero como este cliché ya está perfectamente politizado, queda revalidado con el apoyo de aquellos españoles mismos a quienes políticamente conviene. Pongamos por caso el indigenismo de algunos españoles de hoy mismo, que se harían los voceros de los indios suramericanos oprimidos y pisoteados, aunque callando que no siempre ni principalmente por los españoles, como se mostró en las guerras de independencia de las colonias hispanas en América en las que los indios lucharon junto a los españoles y contra los criollos.

Pero, también en este aspecto, las cosas van desde la negación de toda brutalidad en la conquista y la colonización a la afirmación de únicamente la brutalidad presidiendo conquista y colonización. Y el juego de intereses políticos en este sentido se ha dado incluso en estudios históricos serios en torno a figuras, como Bartolomé de Las Casas, siendo las dos puntas del litigio don Ramón Menéndez Pidal y don Manuel Jiménez Fernández.

Se haga lo que haga, sin embargo, España para muchos sólo será el hambre de «El Lazarillo», los braseros de la Inquisición, y el martirio de los indios americanos, en diversas versiones. España no puede ser una nación normal y, como si obedeciera a una consigna, así se presenta ella misma.