Alfonso Ussía
Estrellas
Según he leído, el contrato está preparado a expensas de especificar las cantidades a percibir por la nueva estrella a cambio de sus interesantes declaraciones. Me refiero a Ricart, que ya ha sido tentado por algún programa de televisión de honda raigambre basurera. Lo ha dicho: «Sólo cuento con unos ahorrillos». Hay que arreglar ese problema. Ricart acaba de abandonar la cárcel como consecuencia de la sentencia del Tribunal de Estrasburgo. Y lo está pasando mal. De ahí la bondadosa oferta de los programas de televisión que se dedican a educar a la ciudadanía. Lo que perciba por su colaboración profesional depende del nivel de sus manifestaciones. Las productoras de esos programas funcionan de esta manera: «Si reconoces que has echado un polvo, tres mil euros. Si identificas al hombre que te has tirado, seis mil. Y si es famoso, doce mil euros». Al nuevo tertuliano o contertulio Ricart le aguardan duras exigencias. Para nada interesan sus relaciones sexuales mantenidas en prisión, en el caso de que hayan existido. Ricart no ha estado privado de libertad por ser un «play boy» a la antigua, un conquistador impenitente. Mantuvo relaciones sexuales con tres menores. Ellas no querían, pero con la ayuda de dos compinches y con unas armas apuntando a las sienes de las niñas, éstas terminaron por aceptar la violación como un mal menor. Entonces Ricart y sus compañeros, ya saciados de sus impulsos y necesidades animales, decidieron que era bueno para ellos no dejar vestigios ni señales de su heroica acción, y asesinaron a las tres niñas, Miriam, Toñi y Desirée. Si cuenta la mitad de la mitad de lo que hizo en sus futuras comparecencias televisivas, puede terminar convertido en una rutilante estrella de la televisión. No se verá obligado a echar mano de sus «ahorrillos» para vivir. Aún en tiempos de crisis, esos programas de televisión se comportan muy generosamente con quienes responden a las expectativas y disparan hacia arriba los índices de audiencia. Si entre los productores, los presentadores y la futura nueva estrella, pactan los tiempos adecuadamente, tendrán contenido para varias actuaciones, y aumentará el interés publicitario y con ello, el dinero a percibir. Todo está inventado.
Esos programas acostumbran a emitirse con público en el plató. Puede estar tranquilo Ricart. El público que acude a ese tipo de espacios, es un público que ríe, se emociona y aplaude siguiendo estrictamente las órdenes de un ayudante de la realización. Lo hace con un cartel. «Aplauso», y todos aplauden. «Emoción» y todos se emocionan. «Risas», y todos rien. Es un público cómodo y agradable, que colabora sin poner trabas ni reproches. Les ofrecen a cambio un sobrecito y un bocadillo de jamón, y a casa. Es decir, que si la presentadora, con el prestigio que caracteriza a este modelo de profesionales, y con la autoridad moral que vuela en torno a su triunfadora personalidad, decide que Ricart sea recibido con una ovación por parte del público, la ovación está asegurada. «Y hoy tenemos el honor de contar en nuestro programa con la presencia de Miguel Ricart, asesino de las tres chicas de Alcàsser».
Y el ayudante alza el cartelón de «Aplausos», y el plató se convierte en una sinfonía de palmas.
Si este criminal repugnante acude a un programa de televisión a contar sus canalladas a cambio de dinero, habrá que poner en cuarentena a los responsables del programa en sí y de la cadena en su totalidad. Y boicotear a los anunciantes. La triste conclusión es que somos lo que somos, y si somos así, lo nuestro no tiene remedio.
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