Alfonso Ussía
Eurovisión
Leo que se aproxima el Festival de Eurovisión. Me pinchan y no sangro. A estas alturas ignoro la identidad del cantante que representará a España y la cancioncilla que entonará en el auditorio de la ciudad que sea. España padeció innumerables desgracias en el siglo XX. Entre ellas la de ganar en dos ocasiones el Festival de la Eurovisión. Aquello de Massiel fue grave, y lo de Salomé, aún peor. Si la participación es obligatoria, hay que hacerlo con intención de perder. Lo único aceptable de ese festival es la votación. El Reino Unido sólo votó a España el año que se suprimió la verja de Gibraltar. El año del espectacular triunfo de Massiel intervino hasta el Consejo de Ministros. Franco se dirigió al ministro de Información y Turismo: «Si no ganamos este año, usted y Rosón, de patitas en la calle». Rosón, Juan José, era el Director General de TVE, y nos narró los pormenores de su angustia a José María Stampa, Eugenio Suárez y quien firma durante una comida en «Horcher». José Luis Uribarri ha dominado el festival como nadie. «Y ahora vota Portugal y nos dará cinco puntos». Efectivamente. «L'Espagne, cinq points, Spain, five points». La tranquilidad domina la situación a medida que se va produciendo nuestro descalabro. «Malta nos aventaja en 98 puntos. Ganar es muy difícil, pero ahora le toca el turno a Alemania, que siempre nos vota». Pero también se equivocaba Jose Luis, y Alemania no nos votó. «Hemos quedado en un honrosísimo vigésimo tercer puesto».
Lo peor que le podría pasar a España en este año de penurias sería una victoria en el Festival de la Eurovisión. El triunfo es señal de hondo desprestigio. Decenas de familias españolas se reúnen la noche de su emisión y sufren cuando advierten que las probabilidades de un triunfo español menguan irremediablemente. Ignoran que esa victoria se traduciría inmediatamente en un aumento desproporcionado de la prima de riesgo. Merkel viene de la Alemania del Este. Militó en el comunismo en sus relativos años mozos, y es bastante hortera. No me cabe la menor duda de que doña Ángela sigue con enorme interés el desarrollo del festival. Anhela afanosamente el triunfo de Alemania, y nuestro deber es colaborar con su deseo. Pero este año la favorita es Dinamarca. Una chica monísima será la encargada de interpretar la balada danesa. Es tataranieta en condicón de demostrada bastardía de la Reina Victoria de Inglaterra. Eduardo VII hizo alguna de las suyas en Dinamarca, y el resultado está ahí. Se llama Emmelie Charlotte Victoria de Forest. Con ese nombre no se puede perder. Competían en la etapa final de la regata de cruceros La Habana-San Sebastián dos veleros impresionantes. El americano «Ticonderoga» y el argentino «Gaucho». Ganó, como es de suponer, el «Ticonderoga». «Con un nombre así cualquiera gana a estos pelotudos», manifestó el patrón del «Gaucho» cuando arribó, dos días después del «Ticonderoga» a la bahía donostiarra. Los nombres imponen, imprimen carácter y establecen diferencias. Una cantante que se llame «Kikí» no puede ganar, aunque lo haga mejor y su canción sea más agradable, a una Emmelie Charlotte Victoria de Forest. Se quebraría de la manera más grosera el concepto sagrado de la estética. Le sucedió a la mujer del embajador de España en Brasil, Martín-Gamero, la simpatiquísima Ana María Castillo. Despegaba el avión, le horrorizaba volar, estaba pendiente de los ruidos, y le preguntó a su compañera de asiento. «¿Estás casada?»; «sí, me casé hace tres meses. Mi marido trabaja en Brasilia». «¿Cómo se llama?»; «Rufino Conejo»; «pues no sabes cómo lo siento, monina».
España no puede ganar. Pero tenemos que votar a Alemania para que no nos intervengan. Aunque lo tiene difícil la Merkel con la tataranieta de la Reina Victoria.
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