Alfonso Ussía

Fiscalín

La Razón
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Cinco miembros de la deleznable CUP, bastante sucios por cierto, quemaron públicamente fotos del Rey. El Rey es el Jefe del Estado al que pertenece la comunidad autónoma de Cataluña. El juez citó a los pirómanos de poca ducha, y éstos se negaron a obedecer la demanda judicial. No se presentaron. Ello motivó su detención y fueron llevados a declarar a la Audiencia Nacional. Vejación a la imagen del Rey –posteriormente en lugar de quemar sus fotografías proceden a guillotinarlas a la altura del cuello de Felipe VI–, desobediencia a la justicia y chulería al tutiplén. Acudieron a Madrid acompañados de la diputada autonómica catalana Anna Gabriel de Garganté –también pirómano–, e invitados al viaje por el generosísimo Estado. Años atrás, cuando el cantautor que desafina, Paco Ibáñez, se querelló contra mi humilde persona por haber denunciado en un artículo que Ibañez llamó «chacurras» –perros–, a quienes se manifestaron en San Sebastián contra la ETA, el Estado no pagó los billetes del Puente Aéreo ni a mi abogado, Francisco Hiraldo, ni a mí. Para ser tratado en cuestiones de trayecto con cortesía estatal hay que quemar fotos del Rey y hacerle una higa a la cita del juez.

Mientras desinfectaban el avión que los había trasladado a Madrid, los cinco fueron llevados ante el magistrado de la Audiencia Nacional Fernando Andreu, que es juez desconcertante, como esos futbolistas que controlan un balón de forma magistral, regatean a tres defensas, y cuando se hallan ante el portero, disparan y el balón termina impactando en la cabeza de un espectador sito en el tercer anfiteatro. Pero lo chocante fue la actitud del fiscal, cuya indentidad y sexo ignoro, afortunadamente. Porque en lugar de representar y ejercer el ministerio público en el caso de los pirómanos de las fotos del Rey que posteriormente chulearon a la Justicia, no reclamó medida alguna contra los investigados, lo que abre la posibilidad –si aún estamos en un Estado de Derecho–, de que el investigado sea él o ella, el fiscalín o la fiscalina, y escrito en montañés afable y cariñoso, el fiscaluco o la fiscaluca. Gracias a la inacción y amabilidad del fiscalín, la fiscalina, el fiscaluco o la fiscaluca, los cinco investigados fueron puestos en libertad sin cargos, porque aquí en España, quemar o guillotinar la imagen del Rey, convertir en hogueras las banderas de España y reírse abiertamente de las citaciones judiciales, no son actos merecedores de cargo alguno.

El fiscalín pusilánime y probablemente influido por la superioridad, contribuyó decisivamente en la puesta de libertad sin cargos de esos cinco energúmenos enemigos del jabón y el agua que visitaron –porque se trató de eso, de una visita financiada por los contribuyentes–, el despacho del magistrado Andreu. Cualquier ciudadano que no sea de la CUP o forme parte de la familia Pujol, que sea citado por un juez y no acuda a su llamada, es inmediatamente reclamado en «Busca y Captura», y llevado detenido y esposado hasta los recintos judiciales. Pero si son de la CUP, no sucede nada, porque el fiscaluco o fiscaluca, o están de acuerdo con las actuaciones de los investigados, o han recibido órdenes para sobrellevar con indulgente pavor su desagradable función.

Cuando los delincuentes pierden el miedo a delinquir, la sociedad se derrumba, estremecida por la incomprensión y el despiste. Cuando el delincuente manda sobre el fiscal y el juez, la ciudadanía es insultada y humillada. Sería bueno, conveniente, urgente y recomendable que el fiscalín, fiscalina, fiscaluco o fiscaluca de la Audiencia Nacional, expusiera ante la ciudadanía los motivos de su encantadora ternura y suavidad.