Martín Prieto
Fobos orbita Cataluña
Los psicólogos son reduccionistas catalogando en quinientas las fobias estudiadas, porque el ser humano es fóbico a las cosas, los animales, los elementos y las situaciones más comunes. Tengo un amigo con fobia a Valladolid, con el agravante de que allí tenía novia, y se pone a morir con sólo cruzar la ciudad. Misterio facultativo solo atribuible a una alergia virulenta a determinada polinización. No suele ser enfermedad sino somatización monomaniaca de difícil cura, y a tales extravagancias mentales hay que sumar la catalanofobia, hoy en ebullición. Fobos es la mayor luna marciana de aspecto ominoso y cráteres monstruosos, con una órbita en desaceleración que la hará estrellarse contra Marte en unos cien mil años; más o menos lo que queda para la independencia catalana. Fobos es terror, miedo, y nada tiene que ver con el odio, la animadversión, la envidia, el complejo o el afán de dominio y sumisión. El catalanismo independentista ha dado la vuelta al griego clásico traduciendo la fobia como enemiga en vez de como temor. Joaquín Leguina, primer presidente de Madrid, sólo ingiere agua de Vichy, pero la que fue directora de la Biblioteca Nacional, Rosa Regás, sostiene que en la capital los camareros la miraban con desprecio cuando la solicitaba. En el albertiniano rompeolas de todas las Españas a nadie le interesa de dónde viene el otro. Los checos llegaron a pedir a los eslovacos que se fueran, y un 36% de ingleses y galeses suspiran por la independencia de Escocia. No conozco a nadie que aborrezca a Cataluña o que se alegre de su alejamiento. La catalanofobia es un agravio de laboratorio producido por una clase política que sí es criticada por pretender un Estado extramuros con cascotes del Estado secular preexistente. Lo de Petronio a Nerón: «Mata a tus amigos, pero no asesines el arte». Destruyan la legalidad, pero no toquen a Fobos, porque fue nazi la tesis perversa de que los judíos odiaban a Alemania.
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