César Lumbreras

Fractura catalana

La Razón
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Los resultados de las elecciones dejan una Cataluña partida por la mitad, más o menos, en cuanto al número de votos cosechado por los independentistas y los que no lo son. Pero, dicho lo anterior, es necesario remarcar que, dentro de esos dos bloques, hay de todo, menos unidad y ahora habrá que ver cómo evolucionan las relaciones entre cada uno de los partidos o agrupaciones que forman parte de los mismos. Sin embargo, existe un hecho que pasa bastante desapercibido fuera de esta Comunidad Autónoma y que tampoco se percibe si solo se visita Barcelona. Se trata de algo que ya he puesto de manifiesto en más de una ocasión en esta columna: las fuerzas independentistas controlan y mandan en más del 90 por ciento del territorio catalán. Ya sé que el territorio no vota como tal, pero también tiene su importancia. Y en mucha parte de ese territorio independentista el Estado hace mucho tiempo que no existe, salvo dos excepciones: allí donde todavía haya cuartel de la Guardia Civil y, en los municipios que eran cabeza de partido, el Juzgado correspondiente, circunscrito a la figura del juez, porque la sede y los medios dependen del Gobierno catalán. Y ya está. Solo con repasar los cuadros de colores que reflejan los resultados se da uno cuenta de esa situación y de que el voto no independentista se concentra en Barcelona, su cinturón, parte de la costa y algún núcleo cercano a Aragón o la Comunidad Valenciana. El voto rural y agrario ha ido en su mayoría a los «indepes» y son muchas las localidades en las que el PP ha obtenido cero votos. Esa es la realidad en estas vísperas de Nochebuena, que aventura un año 2018, que será de todo, menos bueno, salvo que haya un ataque de lucidez mental generalizado en los próximos meses, algo que no ha sido habitual por esas tierras y especialmente entre sus gobernantes de los últimos tiempos. Con este panorama no veo que la situación económica catalana vaya a mejorar. Para no terminar en plan pesimista, ¡Feliz Navidad!