Pedro Narváez

Hilillos de rabia

A la Justicia cada uno la trata según se incline la balanza de sus deseos, y así se carga hacia un lado o hacia otro, como ocurre con la taleguilla de los toreros. Ya no se llevan los carteles de prohibido escupir como antaño, cuando las ratas padecían malnutrición y las basuras se acumulaban en las calles por la miseria y no como ahora, por la abundancia y las huelgas «haute couture», pero el escupitajo moral debería censurarse para que, como decía aquél, el común no piense que la Justicia es un cachondeo. Tras la sentencia del «Prestige» se va formando una espesa pasta con los hilillos de rabia de los que no esperaban que se pagara por el daño causado sino que colgaran en la plaza pública a sus bestias negras, casi todas políticos del Partido Popular. Los que entonces quisieron hacer la revolución por otros medios hoy se lamen el chapapote de la decepción porque aunque ensayaron en la calle y con denuedo la danza obscena de Salomé, no tienen una cabeza cortada con la que jugar la final de la champion de su ideología, si es que la tienen. Los manueles rivas encadenan frases de literatura de chirimiri con la intención, como entonces, de que cale la idea de que como esos tíos son poderosos no tienen culpa de la muerte de Manolete. El escritor ya es más conocido por ser el padre de un actor guapo que por crear «El lápiz del carpintero». Cría cuervos. Es cierto que para los que esperan una justicia de verdad aquella tragedia no puede cerrarse sin que a un culpable los pájaros le coman las entrañas del remordimiento. Pero es culpable quien el juez dictamine y no la jauría humana. Si derogan la Parot los jueces están cumpliendo con su deber –qué más da el tratamiento psicológico de las víctimas, que al cabo son personas y no mejillones–, pero si el Gobierno de entonces no fue culpable del final de un buque escoria es que algo falla en el entramado jurídico de la democracia. Con lo de Estrasburgo ni una lágrima cayó en la arena ni se lanzaron sandalias a los magistrados. Y es que el olor a pies es insoportable cuando no son los de uno mismo.