José Luis Requero

Imputados

Siempre he tenido la impresión de que en España todo el mundo sabía de dos cosas. Desde luego de fútbol. Quien más quien menos tiene un diagnóstico sabio y certero del momento de juego de su equipo o si tal o cual jugador es un crack o no pasa de crujido. En los últimos tiempos, al fútbol se añadió otro asunto –quizá más minoritario– pero que concita cicerones. Me refiero al vino. Ya se ve menos –quizá por la dichosa crisis–, pero cuando ricos y felices surgieron por doquier enólogos; era curioso verlos en esa liturgia recibir, abrir y meditar la carta de vinos o su sabio juicio tras la primera cata.

Pero desde hace ya más tiempo del deseable, los escándalos y la corrupción han convertido a marchas forzadas a los españoles, sobre todo en la Prensa, en conocedores de los arcanos del Derecho. Desde que lució el primer juez estrella en el cielo de la vida nacional, el mundo de los jueces, los abogados y los fiscales forma parte de lo cotidiano. Desde el primer juez estrella –Lerga– la generación de jueces estrellas ha ido apareciendo a golpe de escándalo y de personajes corruptos: Rumasa, Palazón, GAL, Flick, Filesa, Luis Roldán y así un larguísimo etcétera que ha ido jalonando la vida de esta España constitucional hasta los últimos casos: «Nóos» o «Gürtel», por citar sólo dos.

La jerga jurídica se ha hecho cotidiana. Quizá el término más popularizado –y que más sorpresa despierta– es el de «presunto», más conocido en las noticias como «presunto implicado», lo que no deja de ser un retorcimiento del derecho constitucional a la presunción de inocencia. Cómo será que a base de llenarse los telediarios de la España democrática de tanto presunto implicado, que hasta un exitoso grupo musical se bautizó con esa expresión procesal. Pero lejos de emplearse con cierto rigor, el uso y abuso de los términos procesales y, sobre todo, penales, ha llevado a que se desdibujen sus contornos iniciales. Incluso ha surgido un Derecho apócrifo a base de lenguaje de imágenes. Por ejemplo, ver a alguien entrando «acompañado de sus abogados» en la Audiencia Nacional es sinónimo de delito y delincuente. Y si sale es que algo de manejo tiene porque no le ha pasado nada; pero si dice que está muy tranquilo es que tiene la soga al cuello.

Ciertamente, nuestro ordenamiento es rico en expresiones que invitan al equívoco del vulgo: sospechoso, denunciado, querellado, inculpado, encartado, procesado, imputado, acusado, condenado, reo... Quitando las dos últimas –que ya es el fin de la historia– las anteriores requieren mucha matización, sobre todo el de imputado. Estar imputado parece sinónimo de condenado. Ciertamente, estar imputado no invita a la alegría: se presumirá la inocencia, cierto, pero es algo más que una piedrecita en el zapato. Significa que al imputado se le atribuye, con mayor o menor fundamento, un hecho que puede tener las trazas de delito, luego, una cita judicial como tal implica que ha mediado una valoración de la seriedad, la verosimilitud y razonabilidad de los hechos en los que se le involucra.

Aun así, no es lo mismo estar imputado con carácter genérico, es decir, que un juez comunique que lleva un proceso en el que hay cargos en contra del afectado, que haya imputación en sentido formal: esto puede venir por un auto de procesamiento o de apertura del juicio oral. Aquí ya no hay meras sospechas, sino indicios racionales de criminalidad. Se explica así, por ejemplo, que a los funcionarios se les separa provisionalmente del cargo sólo si media esa imputación formal, no la genérica. Tampoco estar imputado significa estar acusado, sino que, puede llegar a serlo. Con todo, esa imputación genérica ofrece amplias posibilidades de defensa; gracias al garantismo de nuestro procedimiento, el imputado es parte en ese proceso.

Por lo tanto, si usted conoce a un imputado y, además de los que salen en la Prensa, desde luego no le diga que tranquilo, que no pasa nada; pero tampoco lo estigmatice. Al menos, convénzale de que es mejor así: puede defenderse, tiene derecho a saber de qué se le acusa y deja de estar en el nebuloso mundo de la imputación periodística, mucho peor que la judicial.