Cástor Díaz Barrado

Inestabilidad permanente

Nada ha sucedido como cabía esperar o como, desde la visión occidental, se pensaba que iba a ocurrir. Prácticamente todos los países árabes que, hace unos años, iniciaron el camino de la reformas y el fin de las dictaduras que, durante largo tiempo, se asentaron en estas sociedades, se encuentran en situaciones muy inestables, al borde del conflicto armado o directamente en una situación de guerra civil. No se ha puesto fin a la violación de los derechos humanos y, en ocasiones, se han originado conflictos de cierta envergadura que no existían. Paradójicamente, al menos en términos cuantitativos, el daño que se está causando es, en ocasiones, mayor que el que se trataba de evitar. La situación que acontece en Libia ilustra bien el fracaso, por ahora, de la apertura que cabía que se produjera en las sociedades de los países árabes. Cada vez es más compleja la resolución de los conflictos en este país y se ha desatado, por si fuera poco, una lucha por el poder de la que, aún, no sabemos cuál será su final. Nada justifica la dictadura del coronel Gadafi pero los libios deben comprender que se precisan relevantes acuerdos para no llegar a una situación de conflicto bélico o para no abrir el camino a una nueva dictadura. El principal país de la región, Egipto, no ha logrado tampoco establecer un sistema democrático y, con ello, no se ha dado satisfacción a buena parte de la población egipcia. Este país, curiosamente, vuelve a la estabilidad a través de un golpe de estado y mediante comportamientos que, en esencia, poco tienen que ver con las demandas de esa parte de la ciudadanía que generaron relevantes expectativas en el mundo occidental. Los conflictos en Egipto se han agudizado. Mientras tanto, Siria se desangra y no se ve el final de un enfrentamiento armado que se prolonga en el tiempo y que ha alcanzado las dimensiones de una cruenta guerra civil. Desde la óptica de las relaciones internacionales, el mundo árabe es mucho más inestable que hace unos años y todo apunta a que se están sentando las bases para hacer «permanente» la inestabilidad. Lo que sucede en Iraq, desde la caída de Sadam Hussein, perjudica sobremanera a la estabilidad en la zona y, cada vez, empeoran más las condiciones de vida de los iraquíes y, además, se extiende y fragmenta el conflicto en todas sus dimensiones. No parece que quepa una solución conjunta para todos los países árabes y todo hace presagiar que tendremos cada vez más inestabilidad.