Cristina López Schlichting
Investidura telemática
Los parlamentos existen para que las personas se reúnan y discutan cara a cara. Para los diputados es a menudo muy incómodo. Que se lo pregunten por ejemplo a Ana Oramas, que coge todas las semanas aviones desde Canarias. O a los parlamentarios de Mallorca o Galicia. La razón de tanto gasto público, desplazamiento, dietas y esfuerzo es acudir a la Cámara para legislar con efectividad. Aparte, los diputados visitan sus circunscripciones de origen para familiarizarse con los problemas.
Una investidura telemática de Carles Puigdemont no sirve, salvo para asegurar su futuro. Huido de la Justicia, se garantiza con ello permanecer en los telediarios y tener una excusa para seguir practicando el escaqueo. Investir por teléfono o skype es conculcar la esencia del parlamentarismo y condenar a Cataluña a un ejecutivo mediopensionista e itinerante. La Generalitat se ocupa de cosas serias: carreteras y peajes, sanidad, educación, nada que pueda hacer el ex president desde Bruselas. Es imposible hacer un control al Gobierno en la distancia o una moción de censura en ausencia.
Hasta Artur Mas abandona un proyecto de gobierno inexistente, que no es más que la proyección personal del ex periodista de Gerona con abuelos de Jaén y Almería que es Puigdemont.
En Cataluña el mercado está parado, no se venden jamones ni clases de inglés, la gente recela hasta de los médicos de la Seguridad Social, que van con el lacito amarillo en la solapa. Pero a los líderes independentistas sólo les importa la república catalana, el desquiciado proyecto anti europeo que carece de aliados. Parecería locura ideológica abandonar el esfuerzo económico y social de una región, si no supiésemos que detrás de todo esto están las 400 familias más ricas de Cataluña, que quieren un feudo de uso propio y una garantía de poder. Gente con dinero en los paraísos fiscales que no duda en convencer a través de la propaganda de que cuanto peor, mejor. Si se va gente de Cataluña, mejor. Si se van las empresas traidoras, estupendo. Cuánta gente con padre y abuelos de todas partes menos de Cataluña está votando a los independentistas. Y es una paradoja que las clases medias y altas –trufadas de supremacismo– con funcionarios y jubilados intenten aplastar a la masa obrera de las ciudades, harta de desprecios.
A Puigdemont no le falta dinero porque algunos ricos le costean la fuga. Y a esos pudientes les da igual que esta legislatura se pierda si ello sirve para la propaganda. No temen la ruina de Cataluña porque se garantizan a sí mismos forrarse en un hipotético futuro de reconstrucción nacional catalana.
Intentar que Puigdemont sea presidente telemático es una tontería, pero hay quien ya no hace cuentas con la realidad. ¿Qué realidad? Que Cataluña ha caído muchos enteros en el atractivo turístico e inversor; que la idea de un pueblo enfrentado se disemina cada vez más; que la convivencia es un dolor; que trabajar allí resulta cada vez más difícil. ¿Pero qué le importa eso al que esquía en Gstaad y se baña en las Caimán?
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