M. Hernández Sánchez-Barba

Juan Carlos I y América

Todos los sectores intelectuales, sociales y políticos españoles reconocen el carácter integrador de la Monarquía representada por Su Majestad Don Juan Carlos. Algunos destacan su peculiaridad histórica en la orientación del destino nacional, desde la concentración del poder hasta la implantación de la democracia; otros destacan el carácter constitucional, tal como se definió en diciembre de 1978; hay quienes ponen de relieve las cualidades personales del monarca con su extraordinario equilibrio entre racionalismo y sentimiento. En estos casos, y siempre, sobresale una valoración positiva de la Institución, acrecentada por la personalidad e inteligente actuación del Rey. Efectivamente, la Monarquía es unidad interna de España y comunitaria respecto al mundo iberoamericano en los dos tiempos históricos: el de la fundación de la América Española y el de la reconstrucción de la espiritualidad comunitaria que se denominó Hispanidad. Señalan dos mundos de valores, creadores de una historia común, tanto en sus contenidos e ideas como en sus formas y expresiones. En la etapa fundacional –de 1493 hasta 1824– España consiguió una representación ética, jurídica y cultural, cuya actual persistencia, madurez y robustez constituye la base comunitaria que Don Juan Carlos propone, desde zonas de partida semejantes hasta conseguir metas diferentes.

Analizando el pensamiento del Rey Juan Carlos I encontramos siete propuestas donde las relaciones se orientan, por el lenguaje, desde lo semejante en la época fundacional, a la consecución de novedades adaptadas, en el tiempo distinto cultural, de la época contemporánea:

El Rey rechaza el concepto de «imperio» y habla siempre de «comunidad».

La idea, surgida en el siglo XIX en la literatura nativista hispanoamericana de «Madre Patria», se transforma en «hermandad».

La relación «subordinación», empleada en la historia colonial, se convierte en «historia común».

El vínculo «metrópoli-colonia» se constituye en «identidad de un mismo orden político».

La «superposición» desde España de una organización político-administrativa se reconstruye en «cooperación e intercambio».

La «distancia de los territorios y de los pueblos» es, en el lenguaje de Su Majestad», «semejanza estructural».

La «transmisión de cultura» se cambia por «proceso de modernización similar, con ideales semejantes».

Esta es la realidad de la que es obligado partir. La independencia marcó una nueva trayectoria histórica. Pero ello no significa que se deba renunciar a lo que se logró con anterioridad. Los temas que Don Juan Carlos analiza en sus discursos constituyen una estructura racional de las interacciones ocurridas en las relaciones mantenidas en las dos épocas señaladas con el término «fraternidad» que, junto al de «libertad», otorga cuerpo a los discursos, de modo que constituyen la base de una comunicación cultural, social, intelectual y espiritual.

De modo que el carácter de sujeto histórico que Don Juan Carlos encarna constituye el principio fundante de la específica formación comunitaria de la nación democrática: la libertad. En la medida en que el sujeto histórico asegure a las distintas personas su ejercicio, se realizará desde él la identificación comunitaria respecto a lo que ahora es exterior, pero antes fue interior. Lo cual posibilita la unión de las naciones hispanoamericanas en una comunidad integradora de las diferencias. Y explica, por ejemplo, que, como señaló inteligentemente Julián Marías, cuando el Rey iba a algún país iberoamericano, dijesen los de allí «viene el Rey». Es porque Don Juan Carlos asumió la personificación comunitaria de la nación española y, desde la responsabilidad que la común tradición hispanoamericana conlleva, se erigió en significado profundo y más alto, de la comunidad, orientada a una nueva integración de naciones soberanas e independientes, aunque constituyendo una unidad coherente que, en base a un pasado común, la participación de unos ideales en el presente, se proyecta en el futuro, no en un utópico espacio sino en el real del orden internacional, al que, en última instancia, pertenece.

Las tres ideas esenciales que cabe destacar en los discursos de Don Juan Carlos pronunciados y analizados hasta el año 1981 son: primero, España y las naciones hispanoamericanas forman una comunidad histórica y deben relacionarse y vivir de acuerdo a esa realidad. En segundo lugar, destaca cuál debe ser la política española respecto a la comunidad hispanoamericana, guardando el más absoluto respeto a la política interior de las naciones que forman la comunidad. Destaca, por último, cuál es la función de la Monarquía en la comunidad, que, lejos de cualquier paternalismo, supone el cumplimiento de la misión integradora que la historia ha asignado a España y los españoles llevaron a cabo con calidad de empresa común.