Lucas Haurie
Justicia para Valerie Adams
Un dominio lo que se dice ultrajante es el que ejerce Valerie Adams en el lanzamiento de peso femenino. La isla de la gran nube blanca, Nueva Zelanda, no es sólo el país del rugby o de los grandes «skippers» de la Copa América. Es una nación deportiva de primer orden. Con menos población que Madrid, dobló en Londres los oros de España y es, tras Jamaica, el segundo país en la ratio de medallas por habitante. Nacida en Rotorua, la ciudad de los géisers, de un padre inglés oficial de la Royal Navy y una madre tongana, Adams es un coloso de 1,93 de altura y 120 kilos que no ha perdido un concurso desde 2010, y fue a manos de Nadzeya Ostapchuk, hoy suspendida por dopaje. Su serie abierta de victorias subió ayer hasta 39. En las grandes competiciones, su último «tropiezo» fue hace ocho años, cuando obtuvo el bronce en Helsinki 2005. Desde entonces, encadena dos oros olímpicos, otros dos en los Commonwealth Games, cuatro títulos mundiales al aire libre y tres bajo techo.
En la final, le sacó casi medio metro a la segunda clasificada, la alemana Schwanitz, y habría sido primera con tres de sus cinco lanzamientos válidos. Los dos restantes le habrían servido «sólo» para ser segunda. Lo natural en quien posee los 26 mejores lanzamientos del ranking de 2013. Se convirtió en la primera mujer en ganar cuatro mundiales consecutivos. La nómina de hombres que han logrado lo que ella comprende exclusivamente a leyendas: Michael Johnson, Sergei Bubka, Haile Gebreselassie, Kenenisa Bekele, Hicham el Gherrouj y Lars Riedel. Pese a todo, su récord de Oceanía (21,24) es inferior en 139 centímetros a la plusmarca mundial que estableció Natalia Lisovskaia en 1987. Es la vigésimo tercera en las listas de todos los tiempos, precedida exclusivamente por lanzadoras formadas el siglo pasado en dictaduras comunistas. ¿No es hora de que la IAAF haga una revisión crítica de las tablas? Adams no merece ser víctima de esta pantomima.
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