Cristina López Schlichting
«Kaña» al mono
Ahora resulta que la violencia es «in», está de moda y hay quien la reivindica desde la política. Pablo Iglesias, por ejemplo, compara la quema de contenedores en las calles o las agresiones de los encapuchados a la policía con la guerra de la Independencia contra los franceses. Se multiplican los disturbios: El Gamonal, Madrid, Barcelona. Gamberros ha habido siempre y siempre se han combatido, la novedad estriba en cierta justificación intelectual y académica de las barricadas urbanas. La fuerza no es un atributo mental, sino genital. Lo peor del dirigente de «Podemos» no es que haya sido financiado por la república islámica de Irán –como reconoce públicamente–, ni que admire el modelo bolivariano; tampoco que proponga la estatalización de los medios de producción, al uso soviético. Ni tan siquiera que su programa incluya propuestas fantasiosas como la apertura de fronteras, el sueldo máximo o la renta mínima garantizada. Lo más preocupante es que es partidario de la violencia, los mamporros, la lucha urbana, la «kaña». En Internet, querido lector, tienes filmaciones en las que asegura que, frente a la injusticia actual, es lícito el uso de la fuerza. Y en otro vídeo reivindica haberse pegado contra «el lumpen» y refiere con orgullo la fractura de un dedo. Mezcla churras con merinas y, como hay parte del auditorio que desconoce lo que pasó en 1808, en la revolución de 1917 o en el 33, hace su agosto vendiendo a granel una menestra de ideas. Su aparente contención y su aire desvalido y frío son pura apariencia. Es inteligente, demagogo, tiene un ego descomunal. Niega que en Venezuela se limite la libertad de prensa, se controle al poder judicial o se persiga a la oposición. Para él todos los políticos, excepto Maduro, Ahmadinejah o Castro, son ladrones que embaucan al pueblo. De los españoles, sólo él es bueno, honesto y pobre. Por alguna razón repite sin cesar que es profesor universitario –como si fuese cosa excepcional–, supongo que para legitimar sus ideas. En esta descripción no me mueve animadversión alguna. Pablo Iglesias hasta me cae bien. Lo que quiero dejar negro sobre blanco es que me recuerda muchísimo a Slobodan Milosevic, al que tuve ocasión de leer y escuchar en directo en los Balcanes. Su discurso «contra la casta» es más simple que un cubo y más atractivo que el chocolate. Pero, ojo, sobre todo justifica los palos. Cuando lo he denunciado en twitter, uno de sus seguidores me ha rebatido con sana deportividad: «Si nosotros llegamos al poder, usted irá al gulag». No me cabe la menor duda.
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