Restringido

La Alianza Atlántica

Ángel Tafala

No hace mucho el recién nombrado primer secretario general de Podemos expresó su intención de sacar a España de la OTAN, naturalmente en el caso de llegar al gobierno de nuestra nación. A tan peregrino y posiblemente poco meditado propósito le acompañaba el de denunciar el convenio con los norteamericanos, vigente desde hace más de 60 años. Estos dos objetivos –de llegar a fructificar– harían que el reloj de la historia española retrocediera hasta épocas de un aislamiento felizmente superado con la llegada de la democracia y nuestra posterior integración en Europa y el mundo occidental.

La OTAN –organización que conozco pues he trabajado en ella como almirante durante seis años– se creó en su día como consecuencia de una visión compartida sobre cómo defender Europa de una agresión ideológica y militar comunista liderada por la URSS. Es decir, para preservar nuestras libertades y derechos. No es de extrañar pues que no sea exactamente la organización favorita de un partido político neocomunista y populista. Alegan algunos que disuelta la URSS y su Pacto de Varsovia, la OTAN carece de sentido. No estoy de acuerdo.

Aquella misma visión compartida de seguridad entre europeos y americanos tiene hoy, desde luego, una expresión diferente que en 1949: el afrontar colectivamente los retos propios de la interdependencia, de la globalización.

El mundo actual es multipolar y el instrumento militar se usa en conjunción con los otros poderes económicos y culturales/ideológicos. Los EE UU muestran un cansancio económico y sobre todo moral, para afrontar en solitario las cargas militares propias del guardián del orden internacional actual. Y los europeos, con nuestra Unión a medio cocer, con complejos coloniales de culpa y sin una visión compartida de la seguridad global, vacilamos todavía más en contribuir a la gobernanza de este orden internacional del que depende fundamentalmente la prosperidad y libertad que disfrutamos.

Las relaciones bilaterales con los EEUU comenzaron en época del general Franco con un formato de intercambio de geografía (bases de utilización conjunta) por ayuda militar norteamericana. Se financiaba esta última con unos préstamos que naturalmente había que devolver, pero que empezaron a no ser tan ventajosos cuando nos integramos más en Occidente. Cambiar bases por armamento era también un principio profundamente asimétrico y por lo tanto humillante, aunque probablemente no hubiese en aquella época otro procedimiento para paliar el aislamiento internacional al que estaba sometida España. A ese mismo «esplendido» aislamiento ya experimentado es al que Podemos quiere llevarnos de nuevo, quizás con el único apoyo de la Venezuela de Maduro y la Cuba de Castro.

Hoy en día el Convenio tiene un fundamento mucho más digno pues, aunque el apoyo que damos sigue siendo básicamente geográfico, lo que recibimos a cambio es respaldo diplomático en nuestras posturas como –y es sólo un ejemplo– en el incidente de la isla Perejil.

La OTAN de hoy es básicamente un foro donde intercambiar percepciones de seguridad sobre las nuevas amenazas «híbridas» que están surgiendo por doquier. Mantiene su artículo 5 –un ataque contra uno es un ataque a todos– pero el carácter novedoso de estas amenazas hace que haya dudas sobre la materialización de la respuesta. Por ejemplo: ¿un grave ataque cibernético a Estonia desencadenaría la respuesta cinética colectiva? Y si sus minorías rusoparlantes fueran ayudadas para tomar el poder por soldados sin marcas en sus uniformes y vehículos, ¿sería una de las agresiones previstas por dicho artículo? No sólo somos nosotros –Ceuta y Melilla– los que actualmente tienen dudas sobre las respuestas de la OTAN a posibles agresiones.

Pero el que haya dudas en el seno de una organización internacional no la hace menos útil, al menos a mi juicio. Más bien ofrece oportunidades para defender sensibilidades de seguridad propias y hacer que otros o bien las compartan, o como mínimo, simpaticen con ellas. Desde luego siempre estaremos en mejor situación si podemos explicar las prioridades propias a europeos y norteamericanos tanto en un foro colectivo como en otro privado con la nación líder. Además, el Convenio permite tratar de conseguir un apoyo norteamericano previo para asuntos OTAN o debatidos en otros foros internacionales.

La OTAN no sólo sirve para deliberar pues, tras alcanzar un acuerdo político, es la única organización en el mundo que tiene una estructura militar de mando permanente –bien rodada– capaz de materializarlo.

Todo lo que desordenada y poco razonadamente viene de Podemos suena profundamente antiguo por mucho Twitter que empleen para reclutar el apoyo de los desesperados. La demagogia que usan –el neolenguaje– es parecida al de las quintas columnas que teníamos que sufrir en la época de la guerra fría. Parece que ya que no pueden resucitar a la URSS, nos quieren meter en el túnel del tiempo y llevarnos al aislamiento (y la miseria que le acompañaba) de los años 50. Sólo el presidente Putin y algún que otro cacique bolivariano parece dispuesto a darles la razón y preguntarse ¿para qué necesitamos la OTAN?