Ignacio Rodríguez Burgos

La chispa de la vida pasará por caja

A lo largo de los tiempos el ser humano siempre ha tenido una predisposición favorable hacia lo dulce. Los romanos endulzaban sus platos con miel y llegaron a conocer de la existencia, en la India, de la caña de azúcar, a la que llamaban miel sin abejas. Los árabes acercaron el cultivo de la caña a Europa, de donde, con Colón en su segundo viaje, saltó al Caribe. Pero el dulce cristal alimenticio no se popularizó hasta que un farmacéutico alemán descubrió que la remolacha tenía los mismos elementos azucarados que la caña y hasta que Napoleón no decidió impulsar su cultivo tras perder las plantaciones de Haití. Lo hizo con tanto ardor que llegó a conceder la Legión de Honor a una factoría remolachera. Artur Mas poco tiene que ver con el general galo salvo en que ha descubierto, por mor de su enlace político con ERC, la importancia del azúcar para cuadrar sus cuentas fiscales. La salud es una buena excusa, como cualquier otra, para imponer un «gravamen» sobre los refrescos con exceso de azúcar. Es la incorporación de un nuevo producto a los denominados estancos, como lo fue la sal en el pasado, el tabaco y, con el motor de explosión, los hidrocarburos. La chispa de la vida pasará por caja. La cuestión es recaudar.

La política fiscal del nuevo Ejecutivo catalán es de todo menos refrescante. Convergència y Unió despotricó contra el impuesto de sucesiones y Artur Mas hizo bandera política de su supresión. Ahora lo recupera para poder sucederse a sí mismo como inquilino de la Generalitat. El impuesto de sucesiones es de los más rechazados por las familias emprendedoras de las que tanto abundan en Cataluña. Rechazan que el esfuerzo de toda una vida no termine en manos de sus hijos sino del fisco. Algo parecido ocurre con el Impuesto sobre el Patrimonio uno de los tributos más contestados. Más de un fiscalista lo tacha de confiscatorio pues grava bienes que ya tributaron. En Europa es una figura prácticamente inexistente y los grandes patrimonios hace tiempo que encontraron fórmulas para eludir legalmente impuestos como éstos. CiU denunció que estas cargas las terminan abonando las clases medias. Algunas CC AA todavía piensan lo mismo. Con la presión fiscal excesiva puede ocurrir como en Francia y como antes en los países nórdicos, que se vote con los pies: marchándose hacia otros lugares menos agresivos.

Son impuestos que van directamente contra el ahorro. Ocurre algo parecido con la nueva fiscalidad sobre los depósitos bancarios. No deja de ser irónico, porque la ingenuidad no es alternativa, que en el acuerdo entre CiU y ERC se prohíba que dicho gravamen sobre los depósitos se traslade a los consumidores. Todos los costes repercuten en el consumidor final. Este impuesto puede provocar una fragmentación del sistema financiero que, como se ha visto con la crisis de las cajas de ahorro, hace tiempo que dejó de ser regional. Claro que todo puede reducirse a una operación política para lograr una compensación por parte del Estado, por la desaparición de un impuesto que no llegó a nacer, algo difícil porque el Gobierno ya ha decidido interponer recurso.

No es todo, hay que añadir la «euroviñeta» que deberán pagar todos los camiones que atraviesen Cataluña. Sorprende que se apruebe después de reclamar con tanta insistencia un apoyo del Gobierno central para que Europa considere estratégico el corredor mediterráneo. Y aunque en Cataluña el comercio se lleva en la sangre, sorprende menos el nuevo impuesto a las grandes superficies, a los hipermercados, pues siempre contaron con la animadversión de CiU. Hay más impuestos: sobre viviendas vacías, gases contaminantes, etc. Es la nueva burbuja, la fiscal y como todas de amargo dulzor.