Martín Prieto

La cólera del ébola

La Organización Mundial de la Salud se asemeja al Fondo Monetario Internacional en que la mitad de sus informes predicen una cosa y el resto, lo contrario. Son dignísimas y necesarias instituciones distinguidas por su criterio variable y su inclinación por la ineficiencia, como cuando nos hicieron comprar masivamente vacunas contra una insidiosa gripe que nunca existió. La pandemia del sida no fue atajada por la OMS sino por Jean Luc Montagner y Robert Gallo en una extraordinaria carrera contra reloj entre París y Baltimore por identificar el VIH, en la que llegaron al enfrentamiento personal. Ambos llegaron a tiempo y se repartieron la gloria al 50%, pero fue precisa la intervención de los presidentes Mitterrand y Ronald Reagan y, finalmente, prevaleció el envidioso rencor científico y vetaron al estadounidense para compartir con el francés el Nobel de Medicina. El retrovirus del ébola no ha caído del cielo y se está investigando infructuosamente al menos desde 1976, que ya es tiempo. El centro de referencia internacional de infectología tiene su sede en Atlanta, pero por lo que respecta al ébola, importa tanto como que la ciudad sureña albergue la central de Coca-Cola. A lo más que han llegado es a ese suero con componentes nicotínicos, sólo probado con ratones de laboratorio, e infundido por primera vez en humanos con la pareja estadounidense repatriada y nuestro padre Miguel Pajares, que Dios tenga en su Gloria. Se desconocen los efectos colaterales de este remedio experimental y la OMS sigue dando palos de ciego. El ébola carece de tratamiento y sólo sobreviven jóvenes con un sistema inmunitario excepcional y dotados de excelente salud. Por decirlo crudamente, o el paciente se cura solo o fallece irremisiblemente. Sólo cabe la prevención, los cuidados paliativos y la cuarentena. La OMS no se decide en declarar esta vieja peste como pandemia o brote ocasional circunscrito al África Atlántica, y esa indefinición provoca reyertas banales en naciones y colectivos. Aunque sea para equivocarse, como con aquella gripe que compró la ministra Trinidad Jiménez, la OMS está obligada a decidir en qué fronteras hay que poner filtros y cuál es la ayuda internacional indispensable. Ante la cólera de este retrovirus asesino no caben decisiones gubernamentales unilaterales.