Julián Redondo

La decisión

Le toca mover ficha, o portero. O dejarlo estar. Los problemas dejan de existir cuando se pudren, que es lo que finalmente los soluciona, y Ancelotti, curtido en mil batallas libradas con Berlusconis, Abramovitchs y jeques, no es de los que pierden los nervios. Demostró temple cuando empezó a jugarse la temporada del Madrid y su futuro con esa discutida decisión salomónica que aplicó a la portería. También cuando le pedían la cabeza y algo más de Di María y lo dejó estar. Pero ahora es diferente; en la recta final de la Liga, con el título en juego, en la casa donde está cualquier traspié provoca un cataclismo y en los dos últimos partidos ha tropezado gravemente. Las explicaciones están dadas. Lo que ahora se le exige son resultados y decisiones.

La responsabilidad de Diego López en esas derrotas, que no sólo generan la pérdida de los puntos, sino tifones, tornados, huracanes y toda clase de catástrofes naturales, equivale a la de cada uno de los otros diez compañeros que el entrenador alineó delante de él. Pero es Diego, más o menos «vendido», quien recoge el balón de la red, y lo ha hecho media docena de veces en dos partidos consecutivos. Sólo recibió nueve disparos. Seis goles, un poste... En el Sánchez Pizjuán, Bacca se adelantó a la defensa, le encaró, chutó y marcó. Pleno. No hay que acusar de ventajista a quien recuerda el mano a mano de Casillas con Robben en el Soccer City o la parada que hizo a Draxler en el Veltins Arena hace cuatro días. La diferencia estriba en recoger el balón o despejarlo.

Las victorias ocultan no pocos fallos y las estadísticas aclaran no pocas dudas. Diego, el bueno de Diego, encaja un gol cada 90 minutos; Casillas, uno cada dos partidos y medio. En tiempos de la galaxia, Iker paraba, Ronaldo (el gordito) perforaba y el Madrid ganaba. Hoy no es suficiente con la dinamita de Ronaldo (Cristiano) porque López no hace tantas paradas y las derrotas se producen en momentos críticos, cuando en lugar de enterrar al Barcelona se le resucita.