César Lumbreras
La España vacía
Tomo prestado el título de esta columna del interesante libro que publicó a principios de este año Sergio del Molino y cuya lectura recomiendo encarecidamente con carácter general, pero especialmente a todos aquellos que tienen responsabilidades públicas. Hace unos años se hablaba de la existencia de «dos Españas» desde el punto de vista ideológico. Si hoy hubiera que definir a «las dos Españas», serían aquellas que están pobladas (Madrid y su entorno y las áreas costeras), por un lado, y las grandes zonas que se encuentran en medio y que, salvo algún núcleo importante y puntual, como es Zaragoza, están deshabitadas y en algunos casos tienen densidades de población inferiores a las regiones situadas más al norte de los Países Escandinavos. Es muy bonito acudir en pleno mes de agosto, un «finde» o un «puente», a uno de esos pueblos y ver que hay algo de vida. Pero se cae el alma a los pies si la visita se realiza un día cualquiera entre semana de los meses de noviembre o febrero, a media tarde, y se comprueba que no hay gente en ellos, que la poca que queda está muy envejecida, que las calles se encuentran vacías y que muchas casas amenazan ruina. Son pueblos casi fantasmas y ésa es la realidad durante la mayor parte del año. Las comunidades autónomas más castigadas son Castilla y León, Aragón y parte de Castilla-La Mancha, pero no son las únicas. Hace unos días, los responsables de los parlamentos de una buena parte de las regiones de la UE han estudiado este problema y se ha creado una comisión especial, que está presidida por la española Silvia Clemente, de las Cortes de Castilla y León, para ver qué se puede hacer. Es evidente que la solución no es fácil, pero, para encontrarla, antes hay que ser conscientes de la existencia del citado problema, algo que desgraciadamente no se da entre los «urbanitas». Puede que una parte de España esté vacía, pero lo que no se puede sentir es, además, sola.
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