Alfonso Merlos

La hora del cambiazo

Es la regla. Cuando los partidos políticos funcionan bien o muy bien en materia de perspectivas electorales son una balsa de aceite. La tranquilidad reina. Cuando las cosas se tuercen, comienzan a volar los puñales y las navajas. Ahí no están instalados (aún) los neocomunistas de Podemos, pero todo se andará: las purgas, la represión interna... la tarea habitual de machacar a la disidencia propia. Al tiempo.

En el actual momento se impone el cambiazo. Por lo pronto y para abrir boca. En todos los órdenes, en casi toda la extensión, con la fuerza que sea menester. Es la tarea de borrar el pasado que les ha llevado hasta un peldaño de la escalera inferior a aquel que pensaban no hace tanto que estarían pisando (¡ay, la soberbia y la arrogancia!).

Ya no son de extrema izquierda, ni leninistas, ni cantan por supuesto la Internacional ni elevan el puño cerrándolo más allá de lo conveniente, con convicción extrema. Están en lo que la teoría demoscópica define como «transversalidad». Hay que captar el voto de los indecisos, los cabreados, los tocados y casi hundidos por una crisis que evidentemente (en el argumentario de Iglesias) ni se ha superado ni se superará jamás (¡vivan los cenizos!).

Sí. Juan Carlos Monedero y sus mesnadas han decretado el fin de las ideologías. Ellos representan a todos los que creen en el interés general, el bien común y el avance de la civilización. ¿Dónde quedan las hagiografías de Chávez y demás golpistas? ¿Quién se acuerda? ¿Dónde aquellos programas de televisión en los que poco les faltaba para sacar el pañuelo moquero y rendirse emocionalmente al desaparecido sátrapa de Caracas?

No estamos asistiendo a la forja de una estafa. Esto era lo previsible. Es lo que tienen los populismos. Arrogarse la defensa de todos para terminar llevando la ruina (material y moral) a casi todos. No presentarse como radicales ni antisistema sino como los hijos llamados por un profeta desde las alturas para regenerar la vida pública y las instituciones (¡Casi ná!). Es en lo que están estos ultras de camisetas moradas; en lo que estarán antes de las autonómicas y locales y, por supuesto, de las generales. ¿Por qué? Muy simple. Porque el globo se está desinflando. Porque España está creando riqueza, porque el gobierno ha sentado las bases para que, por ejemplo, de cada 100 nuevos empleos en Europa 69 se creen en nuestro país. ¡Sí señores! Y ello les desarma ante los votantes. ¡¿Qué le vamos a hacer?!

Uno de los políticos, pedagogos, filósofos y teóricos del marxismo más admirados por el llamado clan de Somosaguas –el sardo Antonio Gramsci– sostenía que cuando el viejo mundo se muere y el nuevo tarde en aparecer, surgen los claroscuros y los monstruos. Que se lo apliquen. Entre la nación que ha pasado las de Caín y la que desde hace poco está despuntando con ilusión y esperanza debemos evitar que surjan engendros, leviatanes, fenómenos (incluidos partidos bolivarianos) que estorban. No nos lo merecemos.