Cristina López Schlichting
La horda
Es peor la impunidad del asesino que el propio asesinato. Cuando los periodistas entramos en Kosovo después de los bombardeos americanos, la obsesión de los campesinos (que durante años habían sufrido la guerra civil entre el ejército serbio y los rebeldes albano kosovares) era enseñarnos a sus muertos. Mostrarnos las familias fusiladas y quemadas, pedirnos que fotografiásemos los cadáveres, que marcásemos las tumbas en los mapas y que tomásemos imágenes de las dentaduras de las calaveras. «¿Lo ve? ¡Mi primo tenía una muela de oro y este defecto en la mandíbula desde la infancia...!». Me horrorizaba mirar esas cuencas vacías y saborear el olor a queso rancio de los muertos. Por las noches lloraba, pero por la mañana accedía de nuevo a listar, copiar, fotografiar, porque para los parientes, lo peor era el olvido. La desmemoria del pasado significaba miedo y desprotección en el presente. A los jóvenes de hoy les resulta muy difícil ponerse en el pellejo de quien sabe que puede desaparecer sin que haya policía que investigue, ejército que defienda, ley que reclame o estado que proteja. Los chicos de 18, 20 años, piensan que todo eso existe de forma natural, como los ríos o las praderas. Hay una horda ahí fuera que se siente reprimida por los polis y el parlamento. Qué ironía. El cerco al Congreso y las llamadas a «liberarnos» de los diputados y derribar «el régimen» revelan sobre todo analfabetismo político. Se me dirá que han sido sólo mil personas; sin embargo, expresiones cercanas se leen en todo el movimiento de los indignados del 15-M, que se arroga la representación ilegítima del «pueblo» y quiere derribar la «partitocracia». ¿Y por qué lo hacen? Porque sus mayores no los educan. Lo que más me duele no son los encapuchados macarras, sino los próceres que, como el presidente del Supremo, Gonzalo Moliner, justifican el amedrentamiento de diputados que no son ciudadanos convencionales, sino representación de todos. En España el Estado de Derecho se está erosionando porque cada vez más gente ignora la civil sacralidad de los escaños, instituciones, leyes y fuerzas de seguridad del Estado. Y no es extraño que los jóvenes lancen cócteles Molotov al Congreso o piedras a la Policía... si lo que ven es que la Generalitat elude cumplir las sentencias o que Beiras golpea furiosamente la balconada del estrado del parlamento de la Xunta. Pero no nos engañemos, cualquier erosión legal o institucional es un recorte de libertades y un paso hacia la impunidad y la horda.
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