Martín Prieto

La impasibilidad del presidente

Se condolía una dama ante una amiga de un marido ya de edad provecta pero que insistía, aunque sin éxito, en perseguir faldas adolescentes. «No te preocupes, querida. Yo tengo un perro que persigue todos los coches, pero cuando consiga uno estoy segura de que no sabrá qué hacer con él». Proporciona mucha tranquilidad el saber que si Mas y Junqueras alcanzaran la imposibilidad de una I República Catalana (más sus anexos imperialistas) no sabrían qué hacer con ella. Porque su secesionismo es explícito, pero qué Estado quiere construir (y quién lo va a pagar) este matrimonio contra natura entre la derecha catalana y el republicanismo radical es un misterio insondable. Hoy reverdecen nacionalismos no ya decimonónicos, sino del siglo XVI, y entre los bubones del patriotismo que emergen en nuestras axilas, me sumo a la independencia de Venecia, la Serenísima República, poderosa potencia como jamás soñó ser Cataluña, en la que el Dux embarcaba en el «Bucentauro» para arrojar un precioso anillo a la mar para casarse con el Adriático. Eso eran formas. Tendríamos motivos para preocuparnos si el presidente Rajoy diera puñetazos en el arengario del Congreso, alzara la voz en improperios o retuviera los fondos que se le deben a Cataluña. Con los textos conocidos esta semana del TC a Mas, Junqueras, la Asamblea Nacional de Cataluña y demás niños mártires, no les queda otra que ordenar a los Mossos cruzar el Ebro y ocupar preventivamente Castellón. Rajoy ha debido de leer correctamente «El príncipe» de Maquiavelo, tratado de sentido común político, aprovechado por aviesos para acuñar un maquiavelismo de andar por casa. Esperar impasible los movimientos del adversario es la mejor táctica cuando te respaldan las leyes y la razón. A Lincoln le reprocharon la misma pasividad. Lo que colmaría de gozo a nuestros secesionistas es que el presidente tirara por los suelos el tablero de ajedrez y amenazara a Cataluña, pudiendo hacerlo. A preguntas de Duran, le dije que jamás tomaría un fusil contra un catalán ni contra nadie. Seguro que el presidente piensa lo mismo.