José María Marco
La izquierda regeneradora
Fue Esperanza Aguirre quien, hace no mucho tiempo, lanzó de nuevo el grito de guerra de que había que catalanizar España. Antes de eso, y con mayor recorrido, hubo dos ensayos. Uno lo protagonizó Cambó, hace ya casi un siglo, cuando emprendió la tarea de regenerar el país desde la única región española en la que el regeneracionismo, justamente, había conseguido crear un movimiento político: no el nacionalismo español, sino el nacionalismo catalán. Mucho más tarde, en 1984, vino el intento de Miquel Roca de abrir una vía centrista con el PRD. No tuvo el menor éxito, tal vez por estar su principal promotor demasiado señalado en el nacionalismo catalán y porque resultaba, demasiado evidentemente, un partido de elites.
Ahora estamos asistiendo a un nuevo intento de articular un movimiento de regeneración española desde Cataluña. Es el protagonizado por Albert Rivera con Ciudadanos, un grupo con cierta veteranía. El momento es propicio porque la crisis ha afectado a los dos grandes partidos y la gestión del PP, aunque ya ha dado resultados muy importantes, no ha calado como calará dentro de un tiempo. Además, los dos grandes partidos están en dificultades: el PSOE por su dificultad para articular una alternativa creíble –al menos hasta ahora– y el PP por lo que parece el desinterés de su cúpula dirigente hacia sus electores. Si se añade a esto la sensación –equivocada a mi parecer– de que el sistema está agotado por la partitocracia y carcomido por la corrupción, la propuesta de Albert Rivera cuaja como una alternativa «regeneradora» válida y atractiva. Palabras como «regeneración» y «regeneracionismo», tan utilizadas en las declaraciones y en los aledaños de Rivera, remiten sin embargo, más que al tremendismo metafórico de hace un siglo, a la lucha contra la corrupción y a la modernización de España: la economía, la sociedad, la vida política.
En cuanto a lo primero, Ciudadanos parte de la ventaja incalculable de la novedad. Hay pocas manchas en una ejecutoria casi de pura oposición. El partido no tiene por tanto que someterse al ejercicio farragoso, ambiguo, casi imposible, de demostrar que nada tiene ya que ver con la corrupción anterior.
En cuanto a la modernización económica, Ciudadanos plantea un programa interesante en cuanto a las ideas, en particular en lo referido a reformas ulteriores en el mercado de trabajo y a la necesidad de encarar de una forma nueva la protección de los trabajadores. En cambio, no aclara del todo otras propuestas, como las referidas a la fiscalidad o la relación de esa «liberalización», por así llamarla, con la pérdida de prestaciones actuales, por ejemplo la indemnización por despido. La inspiración viene, evidentemente, de las socialdemocracias nórdicas y, como siempre en estos casos, parece más que nada un juego abstracto, una serie de arbitrios –relevantes–, sin que aparezca con claridad la coalición social que hace posible algo que, para su puesta en marcha, requeriría un respaldo electoral muy sustancial. En cualquier caso, Ciudadanos no presenta ninguna arista en su apoyo al Estado del Bienestar actual, sobre el que no tiene previsto reformas importantes, al revés.
En lo social, Ciudadanos apuesta por una escuela laica, por el mantenimiento de la interrupción del embarazo antes de las doce semanas y su inclusión en la Seguridad Social, por la supresión del IVA para los productos culturales, por la educación trilingüe en las comunidades autónomas con dos lenguas oficiales... En resumen, es un programa de centro ideal, evidentemente escorado a la izquierda, del que se han depurado –o bien omitido– todos aquellos elementos problemáticos que podrían perturbar esa idealidad sin aristas que también se encuentra en la modernización económica. En el caso de preconizarse reformas de calado –como la supresión de los ayuntamientos en poblaciones de menores de 5.000 habitantes–, está claro que Ciudadanos no aborda, por lo menos por el momento, la perspectiva de tener que asumir la responsabilidad de gobernar y se refugia en medidas simplificadoras y de carácter utópico, de las que se pueden enunciar cuando se está convencido de que no se va a tener que gestionar la realidad administrativa y política.
El regeneracionismo de Ciudadanos se percibe muy en particular en esa posición de centro superadora, en cuanto a la imagen y las etiquetas, de la dicotomía tradicional entre la izquierda y derecha. Sin embargo, no lo hace al modo de los populistas de Podemos, que sustituyen este eje por otro vertical que opone el pueblo (sano y de vitalidad desbordante) a la élite (degenerada, corrupta). Lo hace desde una apuesta ilustrada, moderna, urbanita y de imagen juvenil, considerablemente adánica, en la que se sugiere que los problemas de la sociedad española, que proceden por lo fundamental de las organizaciones políticas, se solventarán con una nueva élite, más abierta y conectada –eso sí– con las preocupaciones de la gente. En el fondo, la regeneración del sistema se centra en una propuesta elitista, que aspira, tanto o más que a cambiar la sociedad, a cambiar la política: y no mediante el acceso al poder, sino consiguiendo una influencia decisiva sobre los grandes partidos, a los que necesita –antes que nada– dejar en minoría. Desde esta perspectiva, Ciudadanos es una organización de élites oportunistas que intentan convencer al electorado de que los grandes partidos son irreformables. Nos falta el toque de levadura regeneracionista matizada pero claramente de izquierdas (en muchos de sus seguidores, esto se convierte en una recuperación de la actitud regeneracionista más tradicional y sobreactuada, la que dictaminó en su día la total degeneración del sistema liberal.)
Una de las grandes novedades que presentan es que, a diferencia de UPyD, han superado los prejuicios en contra de la derecha, lo que les permite dialogar con naturalidad con los votantes centristas desencantados del PP (a pesar de su identidad socialdemócrata, se diría a veces que en Ciudadanos tienen menos complejos a la hora de dialogar con la derecha que en el propio PP.) Y otra de las novedades es, sin duda alguna, la claridad antinacionalista de su ideario, respaldada por su acción pública en Cataluña. De este modo, Ciudadanos aprovecha el agotamiento del proceso de nacionalización catalanista de Cataluña, al que tan entusiásticamente se sumó el PSOE. En Ciudadanos también se han dado cuenta de que la opinión pública española, catalana y no catalana, necesita referentes nacionales españoles, que eso no es de derechas ni de izquierdas y que está a disposición de quien quiera hacerse con él.
Esta regeneración de España sin catalanismo y desde el centro izquierda se enfrenta, finalmente, a un problema específico, y es la necesidad de encontrar cuadros suficientes en poco tiempo, para un proyecto construido desde arriba. Es este proceso el que le convertirá, o no, en un partido auténtico, con auténtica vocación nacional.
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