Manuel Coma

La maldición de los Romney

La maldición de los Romney
La maldición de los Romneylarazon

Las razones de la derrota de Romney son las mismas que las de la victoria de Obama y viceversa, pero cada uno tiene las suyas específicas y en alguna medida se pueden explicar por separado. Sabíamos que estaban muy igualados en las encuestas y cualquier resultado imaginable era posible y en efecto la diferencia en votos populares entre ambos ha sido 50-48 y hemos podido comprobar el elemento amplificador que representa el Colegio Electoral, porque los Estados «campo de batalla», aquellos que decidían la mayoría de compromisarios electorales por una diferencia escasa de votos, se los ha llevado casi todos Obama, pero no se ha producido la peliaguda situación de que el ganador en sufragios a escala nacional pierda las elecciones.

El muy pequeño consuelo para los republicanos es que han erosionado la ventaja de siete puntos de Obama en 2008, pero la victoria de éste es espectacular en la medida en que debería tener casi todo en su contra, excepto el aprecio por su persona, cuando en las encuestas el saldo de los que dicen que el país marcha por mal camino así como el de los que desaprueban su gestión económica es desde hace mucho tiempo fuertemente negativo. En condiciones comparables perdieron la partida sus predecesores que trataban de repetir mandato. Este punto de partida convierte la derrota de Romney en humillante a pesar de su exigua cuantía. Igual que su padre, George Romney, fracasó en su intento de alcanzar la Casa Blanca.

A la vista de los resultados, queda claro que hay razones de fondo contra las que poco se puede hacer y otras que deben considerarse errores de la campaña. El fondo de la cuestión es que pura y simplemente el Partido Demócrata, en cuanto a sus leales votantes, ha resultado más grande que el republicano. Su «coalición», el conjunto de categorías sociales, por múltiples conceptos, que en grados diversos se solapan en los individuos y que los americanos llaman «demographics», (por sexo, edad, nivel cultural, económico, religión, etnia, etc), que votan a los demócratas en mayorías diferentes para cada categoría (de hasta el 95% en los afroamericanos), suma más que la «coalición» republicana. Puede parecer una perogrullada, pero no hay manera de saberlo hasta que se produce el voto. El conglomerado obamista de 2008, que fue excepcional, se ha mantenido. La apuesta republicana no era tanto una transferencia de votos como que el desinflamiento de la burbuja mesiánica obamista llevara a sus «demographics» a una menor participación. Esto ha sucedido pero no en el grado suficiente para darles la victoria, y eso a pesar de que los republicanos lograron invertir a su favor la proporción de independientes que en el 2008 favorecieron a Obama. El éxito de éste ha consistido esencialmente en su dispositivo de voluntarios para llevar a cabo la «extracción de votos», hacer, uno a uno y mediante contactos personales, que los votantes propios que estaban dispuestos a quedarse en casa acudieran a la urna, yendo a buscarlos en coche o poniéndoles autobuses si era necesario. No es que los republicanos no hayan hecho lo mismo, pero tenían menos a quien sacar de casa. Luchaban contra los elementos, no contra «Sandy», sino contra los sociales y de opinión.

¿Podía Romney haber superado esa desventaja social? Al menos ha acortado en un 5% la distancia que los separó en 2008 y ha realizado conquistas entre los independientes indecisos, pero, a pesar de que el entorno económico y emocional le era favorable, no ha conseguido pasar de ahí y hay que suponer que otras estrategias le podían haber dado mejores resultados. Obama escabulló el tema de su actuación económica y a los suyos les bastó el argumento de que con el pedazo de crisis que había heredado, de la que en ningún momento dejó de culpar a su predecesor, bastante era lo que había hecho, prometiendo solucionarla del todo en el segundo mandato, sin decir jamás cómo. Esta carencia de un programa ha sido un punto débil contra el que Romney nunca arremetió con energía. El otro tema dominante de los Chicago-boys que dirigen los asuntos del presidente fue un diluvio de anuncios denigratorios contra Romney, el desalmado explotador capitalista, por valor de muchos cientos de millones, a lo largo del verano, concentrado en los Estados clave desde el punto de vista del colegio electoral, que no encontró una adecuada réplica en su contrincante. Todo americano tiene formada una sólida ida de qué y quién es Obama, pero a lo largo de la pelea entre los pretendientes republicanos y luego en la primera parte de 2012 en las primarias, nunca dejó de decirse que faltaba una imagen clara de Romney. Los anuncios llamados «negativos», con frecuencia abiertamente sucios, de los obamistas consiguieron para un número decisivo de votantes una definición peyorativa del candidato. La idea de que en el verano nadie prestaba atención y que era el otoño el momento de cuajar la imagen que se pretendía parece haber resultado suicida. La convención republicana en agosto aportó muy poco a ese esfuerzo, pero pareció que las tornas cambiaron radicalmente en el primer debate, en el que Romney dio imagen de moderación y competencia y Obama estuvo muy por debajo de su mito. Seguro que sin ese éxito los resultados hubieran sido considerablemente peores. Los otros dos debates no echaron a perder el logro, pero tampoco lo mejoraron. Una mayor agresividad en guante de terciopelo podría haber sido mucho más productiva.