Cristina López Schlichting
La mayor cacería de siglos
A Rose Ngebe no le faltaba familia, hasta que llegó Nochebuena. La noche más hermosa del año le tenía deparada una ración desmesurada de luto. Sus tres hijos y su marido acudieron a la parroquia a misa de gallo, mientras ella preparaba la comida de Navidad. La gente estaba alegre, los cantos se oían fuera del templo. La luz que salía por las ventanas prometía esperanza. A la salida, un coche cargado con explosivos esperaba. Los mató a todos. Aun así afirma, «El Señor me sostiene. Él me los dio, Él me los quitó. Perdono a los asesinos, si no paramos la espiral del odio esto no acabará nunca». El Informe sobre la Libertad Religiosa en el Mundo (que esta semana presenta en Madrid Gregorio III, el gran patriarca greco melquita de Siria, que se está partiendo el pecho por esa gente que es cristiana mucho antes de que nuestros países occidentales fueran evangelizados) es taxativo: la situación ha empeorado con respecto a hace dos años, fecha del último recuento. Los budistas son perseguidos en China; los musulmanes suníes, en Irán; todos los creyentes en China y Corea del Norte, en mayor o menor medida. Pero este texto de Ayuda a la Iglesia Necesitada –el más completo y prestigioso del mundo– indica que los cristianos experimentan la mayor cacería de siglos. Oriente Medio, Pakistán, Afganistán, los comunismos asiáticos, Arabia Saudí, Yemen, todo el cuerno de África, República Centroafricana, Nigeria... los relatos se suceden y apenas pueden reseñarse, tan escaso es el espacio en los medios. Sencillamente, no interesa. Niñas secuestradas por Boko Haram; pueblos enteros de habitantes decapitados –como relata desde Centroafricana monseñor Aguirre–; poblados quemados en Nigeria, donde los cristianos celebran después funerales multitudinarios y abrazan a los asesinos; crías cristianas secuestradas y esclavizadas en Sudán; iglesias coptas arrasadas en Egipto... En todo Oriente Medio, la llamada «Primavera Árabe» ha sembrado los países de inestabilidad y muerte. Paradójicamente, la caída de los totalitarismos es caldo de cultivo para los integristas, que se benefician de la debilidad de los nuevos gobiernos, en países sin tradición democrática ni clase media amplia. Egipto, Libia, Siria, Irak, Líbano, son criaderos de fanáticos. Los obispos no pueden frenar el éxodo masivo. Regiones históricas, con presencia desde los primeros apóstoles, han quedado desiertas de cristianos. En el mundo de la tolerancia y el relativismo, el destino injusto de los que mueren por la libertad religiosa es asumido con indiferencia. El artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos protege el pensamiento, la conciencia y la religiosidad libres, eso sí...
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