Restringido

La novela que no podrá escribirse

Desde que tengo uso de razón, y no hace tanto, he oído hablar de la Gran Novela de Barcelona. Se trata de la una construcción narrativa en la que debían mostrarse los conflictos de su tiempo: la lucha entre clases sociales por conquistar el poder, la hipocresía de determinadas conductas inmorales aceptadas como correctas y la integridad de unos valores que nos hacen sentir orgullosos de unos cuantos héroes. Es la novela del siglo XIX. En Cataluña, a pesar de ofrecer a lo largo de su historia material para desarrollar esos conflictos, no ha sido capaz de darles vida. Gabriel Ferrater ya lo escribió en un texto de 1967, al que en los últimos tiempos recurrimos por su premonitoria percepción: «Interpretar las discordias sociales intracatalanas como una discordia entre Cataluña y el resto de España». La Gran Novela de Barcelona se ha vivido como una carencia que, bajo mi punto de vista, sólo ha escondido las miserias y cobardías de un estamento muy considerado en un «pais petit»: los intelectuales de capilla siempre preocupados por ocupar un buen lugar en la mesa. Cómo serán las cosas que el gran héroe de esa ciudad lo construyó Juan Marsé y tuvo que ser un marginado oculto en las montañas de El Carmelo, el Pijoaparte, un charnego deseado por una joven burguesa resentida con su propia clase, decadente y ociosa. O que, por no haberse escrito antes, Eduardo Mendoza, diese a la imprenta, en 1975, «La verdad sobre el caso Savolta». La caída de Jordi Pujol Soley, si es que algún día llega a la tierra, no podrá contarla nadie porque ya es tarde y porque, me temo, será un ejercicio maniqueo en el que se enrolarán aquellos que quieren abandonar la nave del pijosoberanismo: no se puede escribir una novela sabiendo el final cuando nadie quiso contar desde el principio su imparable ascensión y la construcción de un poder omnímodo y puede que ilícito. Quedará el vodevil, la carcajada de sobremesa, quién sabe si un capítulo en «Polònia».