Paloma Pedrero

La otra Navidad

Leo que casi el sesenta por ciento de los españoles se estresa durante la Navidad. Más las mujeres, claro, a las que les toca, ay qué cansancio histórico, doble ración de trabajo doméstico. Como si no tuviéramos ya bastante. Pero, además, estas son las fiestas de la melancolía. Quitando a los niños, que tienen vacaciones, regalos y sentimiento de inmortalidad, el resto andamos entre un no querer enterarnos y correr de acá para allá como pájaros locos, o sumergirnos en pena de ausencias y necesidades. Y hablo sólo de los que tenemos cierta salud, compañía, salario y techo.

Imagínense a los otros, los que han perdido el trabajo y la calefacción. O el amor, o la risa. Por no hablar de aquellos que estrenan una silla vacía en sus mesas. Yo en estas fechas dulces por el mazapán, no puedo evitar sentirme debilitada. Porque miro y escucho y, a pesar de las compras y la pirotecnia, noto tristeza. Porque pienso en los que están solos. Porque siento que se me va otro año y apenas compré ayer la agenda del anterior. Es también un no sé qué inexplicable de los sentidos. Estas fiestas me saben a noche, me huelen a disfraz y me suenan a quebranto. Estresarme no me estreso, porque no las celebro. Ni como más ni compro más ni canto más. Pero me empaño de extrañeza y sinsentido. Y tengo ganas siempre de que pasen deprisa y volvamos a la faena. ¡Hay tanto que hacer! Hacer que las cosas funcionen mejor; yo misma, el otro, el propio mundo.

Así que, querida gente, a los que celebréis vuestras creencias os deseo ventura. A los otros fuerza y tranquilidad. Siempre amanece.