Alfonso Ussía

La Presidenta

A mi edad he perdido el miedo a mi verdad. Esa sensación de libertad individual es sumamente agradable. Me cae muy bien la Presidenta de la Junta de Andalucía. De estar censado en el sur luminoso de España, a pesar de mi lógica animadversión hacia el socialismo andaluz, tendría mi voto. Es de izquierdas del mismo modo que yo soy conservador. Pero es, antes que todo, una española orgullosa de España. Y cristiana practicante. No es fácil llevar esa mochila cuando se gobierna con los comunistas. Nada tengo contra el candidato del Partido Popular, que se me antoja un buen tipo con mucho afán de dedicación a la cosa pública. El Partido Popular tenía en Andalucía a una mujer, otra mujer, con una gran experiencia política y una hoja de servicios irreprochable. Me refiero a Esperanza Oña, como podría haberlo hecho señalando a la ciudad del talento, Cádiz, y a su alcaldesa, Teófila Martínez. Pero Javier Arenas, al que mucho aprecio, decidió promover a un estimable Juan Manuel Moreno, al que le falta aún consistencia para disputarle la presidencia a Susana Díaz. No eligen bien en el Partido Popular. Con todos mis respetos, cada vez que asisto a una intervención de Alicia Sánchez Camacho en Cataluña, pienso para mí: -Otros mil votos perdidos-. Y lo malo es que interviene en centenares de ocasiones, gracias a lo cual las pérdidas son pavorosas.

Susana Díaz es más roja que un campo de amapolas en mayo. Pero tiene cuajo, hondura y personalidad. Y ante todo, es una socialista con un profundo sentido y sentimiento de España. A su lado, Pedro Sánchez no tiene nada que hacer. Esa simpatía que hoy declara mi libertad por Susana Díaz la comparto con muchos votantes del Partido Popular. Además, que el rojerío de Susana Díaz no es el resentido y arcaico de muchos socialistas. Es una socialdemócrata del siglo XXI, una europeísta y una defensora de la normalidad.

A ella se debe, así lo intuyo, que aún no se haya producido el desahucio de la Iglesia de la Catedral-Mezquita de Córdoba, cuya propiedad y administración es de la Iglesia Católica desde hace siete siglos. Una campaña perfectamente orquestada por la izquierda islamista de Andalucía – no me vengan con otros cuentos–, ha chocado con la voluntad de respetar la actual situación por parte de la Presidenta. Cosas del laicismo, que es sólo laico cuando es la Iglesia Católica el objetivo a derrotar. Si se trata de favorecer al Islamismo, el laicismo de izquierdas se convierte en profundamente religioso.

Se habla de reintegrar «al pueblo» el valor cultural y patrimonial de la Catedral cordobesa. Un reintegro exigido virulentamente con siete siglos de retraso. Se habla de administrar sus bienes y establecer un turno de cultos religiosos. Se me antoja muy extraño que los laicos quieran dedicarse a tan anímicamente lejana empresa. Se habla – y en este caso los comunistas son, al menos, sinceros y contundentes– de echar a puntapiés a la Iglesia para convertir la Catedral-Mezquita en un monumento turístico. Ya lo es, sin necesidad de expulsar a quienes llevan setecientos años administrándolo y conservándolo extraordinariamente bien. Presiento complicada la situación de Susana Díaz, que usa de su mano izquierda para dilatar hasta las próximas elecciones los conflictos que le crean sus socios heredados. En Andalucía, la fuerza emergente de «Podemos» no parece capacitada para arrebatarle votos a un PSOE que se afianza gracias a la personalidad de su Presidenta.

Me ha gustado escribir este artículo. Los palos vendrán más tarde, como es de prever.