Julián Redondo
La princesa está triste
Messi estaba serio, muy serio, ¿qué tenía Messi? Marcaba un gol y no lo celebraba, bajaba la cabeza. Dosificaba los esfuerzos como si fuera a romperse o hubiera perdido explosividad. No sonreía ni en los anuncios publicitarios. Desde el pasado 2 de abril, cuando en el partido contra el París Saint Germain se rompió por vez primera en los cinco últimos años, su estrella declinó. Desde entonces no consigue encadenar seis encuentros consecutivos. Acabó la temporada preocupado y en la pretemporada una sobrecarga frenó su preparación. Contra el Atlético de Madrid, en la ida de la Supercopa, el bíceps femoral –ese músculo que estigmatiza a los jugadores del Barcelona, como si sólo lo tuvieran ellos– de la pierna izquierda rugió de nuevo; y el de la pierna derecha, el 28 de septiembre contra el Almería. Fue algo más que el tercer aviso, alarma que ha separado al jugador de su amigo y cuidador desde los tiempos de Frank Rijkaard, Juanjo Brau.
Messi está triste, ¿qué tiene Messi? Sobrevolaba la pregunta por el Benito Villamarín cuando pidió el cambio. Subió cojo al autobús. Con las cuitas de Leo, Rubén Darío habría escrito otro hermoso poema, sin chanzas; pero no es cuestión de glosar la figura de esta leyenda con elegías cuando todavía le queda carrera por delante. El Mundial de Brasil, por ejemplo... Lo que le mortifica. Quiere llegar en plenitud al campeonato y ganarlo. La ausencia de ese trofeo en la vitrina le desazona. Es un ganador, traicionado por el bíceps femoral de la pierna derecha, por el de la izquierda y por una ansiedad que no sabe combatir. Cesc le aconseja que pare, quizá se lo sugirió antes del partido del domingo en Sevilla. «Estas lesiones son un calvario», recuerda Fábregas, que las sufrió año y medio. Hasta el mes de enero de 2014 Messi no volverá. La certeza. La incógnita, ¿será el de antes?
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