Restringido
La representación de la discordia
El último debate parlamentario del actual ciclo político ha calado poco en la calle, y la mayor parte de los medios, sobre todo las redes sociales, se han quedado en lo anecdótico, en la espuma de la política, que decía Unamuno. Como si aquí no pasara nada, ha seguido exhibiéndose la representación del modelo bipartidista, con Rajoy y Sánchez de protagonistas indiscutibles, y se ha recurrido rutinariamente a ese entretenimiento inútil de ver quién ha ganado, lo mismo que en la lotería de Navidad se pregunta a los acertantes qué van a hacer con el premio. Esta sesión, puede que más que las anteriores, ha servido sobre todo para la teatral representación de la discordia entre los principales líderes políticos, pensando en el inmediato impacto mediático de sus ocurrencias y descalificaciones, cada uno con la mente puesta en su propia clientela y en la proximidad de las urnas.
La crisis del bipartidismo y la cercanía de las elecciones han hecho que en esta ocasión el desvarío de algunas intervenciones haya adquirido tonos insoportables. Hubo momentos en que Pedro Sánchez y Mariano Rajoy se perdieron el respeto. Este tipo de comportamientos, que no son nuevos, contribuyen a que la gente pierda, aún más, el respeto a los políticos instalados y vuelva la vista a los nuevos candidatos que llaman aporreando las puertas del Congreso y que en esta ocasión han brillado especialmente por su ausencia y están, a estas horas, frotándose las manos.
La sombra de la corrupción, que afecta de lleno a las principales fuerzas políticas, ha gravitado sobre el Parlamento. En este punto, Pedro Sánchez, para reafirmar su débil liderazgo y disimular sus compromisos con el Gobierno, ha jugado a aprendiz de brujo y ha sacado de sus casillas al tranquilo y sobrado Mariano Rajoy, que no esperaba tal puñalada trapera. «Yo soy un político limpio», ha exclamado. ¿Y usted?, se ha sobrentendido. Cuando brillan los puñales se acaban las razones. Es lo que ha sucedido. Todo el empeño del presidente del Gobierno en llevar el agua mansamente a su terreno –el éxito de la salida de la crisis, las buenas perspectivas si no se cambia de política, el peligroso riesgo del aventurerismo y el manojo de ayudas nuevas a las clases medias– no ha merecido la atención ni el análisis debido. El Pleno ha derivado en un diálogo de sordos. Pero la vida da muchas vueltas. Esta representación de la discordia entre socialistas y populares sucede cuando, si se cumplen las previsiones, no van a tener más remedio que sentarse a negociar un Gobierno de coalición, o de gran coalición, a final de año, para evitar males mayores. Ya se han puesto las primeras piedras sin luz ni taquígrafos. En este debate han demostrado que ninguno de los dos, ni Sánchez ni Rajoy, está en condiciones de encabezarlo. Tendrán que hacerse a un lado. Ni siquiera es seguro, a pesar de los «méritos» adquiridos entre las huestes socialistas por su punzante actuación táctica en el debate, que sea Sánchez el que encabece el próximo cartel electoral del puño y la rosa.
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