Agricultura

La trilla

La Razón
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Dejemos a los políticos aburriendo a las ovejas y recuperemos hoy la memoria de las cosas y de las palabras. A principios de agosto, antes de la llegada de las máquinas, la vida del pueblo se desarrollaba en las eras, esos espacios empedrados y verdes, dispuestos en bancales separados por paredes de piedra que rodeaban el caserío como una hoz, bordeados por el ejido. Era el tiempo de la trilla, la culminación del año agrícola. Y era digno de verse, en un día ardiente, en el que la mies «clascaba» fácilmente, el espectáculo de las parvas tendidas y las yuntas arrastrando el trillo dando vueltas sin parar hasta que el grano se desprendía de las espigas y las cañas quedaban trituradas. Un alegre bullicio llenaba el aire. Cualquier viajero desprevenido que lo observara por primera vez concluiría que aquel armónico ajetreo, aquella simultánea danza de los trillos, los viejos cantares, el difícil equilibrio de los que los conducían, el variado vocerío arreando a las yuntas y hasta el chasquido de los látigos formaban parte de un asombroso espectáculo, lleno de plasticidad, que bien podría llamarse «la fiesta del verano».

Esta fiesta de la trilla, culminación del azaroso año agrícola, tenía sus pasos contados. Había que tender la parva soltando los vencejos de los fajos y extendiendo las manadas; trillar la parva durante todo el día, recogerla, amontonarla, aventarla y cerner el grano, antes de meterlo en el granero. Los fajos provenían de la hacina, la torre de mies que encabezaba la era y cuya altura indicaba si había sido buen año o malo. La yunta, entre una nube de moscas y tamo, arrastraba el trillo unido con la «bríncula» o trilladeras a los «tarrollos» o colleras que rodeaban el cuello de los animales. Aquellos viejos trillos artesanos, fabricados en Cantalejo, con sierras y piedrecillas cortantes de sílice, son hoy objetos de culto.

Observará el lector que me he detenido en el nombre de las cosas. Lo he hecho precisamente porque proceden de un tiempo pasado que no volverá aunque sobrevivan los pueblos. Algunos términos –trillar, hacinar...– se siguen usando en la sociedad urbana sin conocer su procedencia y muchos, cargados de belleza, se están perdiendo. Se trata de recoger los despojos de la milenaria civilización rural, que se acaba. Las eras abandonadas de los pueblos son hoy la muestra de un cambio de época irreversible.