José Clemente

La vida es cambio

La sociedad actual vive un tanto desbordada cuando no sometida por ese extraño binomio que conforman la inmediatez y la dimensionalidad, que traducido al lenguaje de Internet llamamos globalidad. Una situación planetaria a la que no escapan determinados acontecimientos locales, regionales y nacionales de mayor o menor relevancia, como tampoco aquellos otros aspectos más directamente relacionados con la actualidad política, económica y social universalmente planteados. Vivimos abrumados y descorazonados por esa vertiginosidad que nos producen tantos y tan acelerados cambios de nuestro entorno más inmediato, con el que debemos cohabitar como signo identitario de nuestro tiempo, el que nos trae la revolución digital que tenemos sobre nuestras cabezas y al que no escapan ni las relaciones personales o familiares, ni tampoco aquellas otras rabiosamente vinculadas a las estructuras productivas y laborales, sin detenernos siquiera a pensar si eso es algo normal o, por el contrario, estamos matando la gallina de los huevos de oro. Este mundo cambiante y por extensión todo el andamiaje en el que se sustenta parece haber cumplido el objetivo para el que fue diseñado, por eso tenemos la sensación y también la completa certeza de algo nuevo está por venir, pero el desasosiego del qué será y cómo nos afectará incrementa hasta límites insospechados la incertidumbre del día a día. Y en ello creo que perdemos una energía básica que nos hace falta para afrontar sin miedo nuestro devenir, pues como nos enseña Heráclito las cosas no permanecen nunca de igual modo aunque lo parezcan, el estado de cada uno y el paso del tiempo siempre están presentes, porque lo estático no es más que sinónimo de la muerte. El mundo cambia a pesar nuestro, pero eso no quiere decir que vayamos a peor, sino que iremos de otra manera, y a ella es a lo que debemos adaptarnos sin complejo alguno, como un signo ineludible e inevitable de nuestra propia existencia.

Y para entenderlo mejor no hay nada como recurrir a los datos, las cifras, esos elementos estadísticos fríos como témpanos que nos convencen de forma inexcusable de todo aquello que no acertamos a interpretar con una simple explicación. La historia de la humanidad es un continuo cambio del ser a lo largo del tiempo y los conocimientos, cambios que se ven más o menos acelerados en función del contexto en el que se producen. Así, al comienzo de la era cristiana se estima la población mundial en 300 millones de personas, mientras que en el año 1.100 apenas ha llegado a los 310. Un milenio sin pena ni gloria demográficamente hablando, aunque muchas otras cosas cambiaron pese a que la población mundial apenas lo hacia. Las guerras, sin duda, ejercieron un poderoso influjo reequilibrante. Tampoco la Edad Media fue muy propicia al crecimiento de la humanidad por la extrema dureza de esa época, las enfermedades y de nuevo las guerras, hasta hace 250 años, en que la población mundial se sitúa en 800 millones, cifra que llegó hasta los 2.000 millones en 1950, 4.000 millones en 1975, y, desde entonces a hoy día, que ya se han superado los 7.000 millones de habitantes. El mundo ha cambiado geométricamente, mientras que al progresión humana lo ha hecho de forma aritmética. De la bipedestación al «homo antecessor» de Atapuerca han pasado apenas seis millones de años, mientras que en el último medio siglo la población pasó de los cuatro a los siete millones de habitantes. De la edad del bronce a la era de digital ha llovido mucho y a distintos ritmos. De los primeros asentamientos agrícolas a la revolución industrial transcurrieron más de veinte siglos, y de la máquina de vapor al «Bosón de Higgs», que sugiere que todas las partículas con masa son capaces de interrelacionarse, apenás han pasado trescientos. Una aceleración que ahora, con la revolución digital en marcha, se multiplicará a la enésima potencia y hará del planeta esa «aldea global» que ideara en su momento Marshall McLuhan. Los cambios nos rodean de forma inevitable en una sociedad cada vez más sometida y dependiente de las nuevas tecnologías. Los medios de comunicación somos los primeros forzados a sumergirnos en ellos. La digitalización de los «mass media» es tan imparable como obligada y quien no lo haga estará condenado al fracaso. También las relaciones laborales en los medios está cambiando, como está cambiando en todo el sistema productivo y como cambiará aún más en los próximos años. Y todas las apuestas que se hagan por la innovación desde los estamentos educativos e universitarios hasta el pequeño comercio o las grandes cadenas de producción serán pocas. No podemos luchar contra la fuerza desatada de un tsunami, y frente a él sólo tenemos la oportunidad de dejarnos llevar. Los males de nuestro tiempo presente se llaman revolución digital y crisis internacional, y frente a eso no podemos más que sumar todas las individualidades posibles. El mañana está ahí, pero hay que saber buscarlo y tener el convencimiento de que antes o después se acaba encontrando.

Siete de cada diez universitarios cree que su única salida profesional está en unas oposiciones, con la que se asegura un trabajo de por vida, bien remunerado y fuera del alcance de las crisis coyunturales en las que zozobra nuestra maltrecha economía. De esos siete de cada diez, al menos cuatro lo tienen tan claro que apuntan, según una encuesta de la Universidad Complutense de Madrid, que sus oposiciones estarán dirigidas a hacerse con una plaza de funcionario o técnico de la Administración, sea cual sea el destino y sea cual fuere la administración, con preferencia en aquellas que están situadas en las grandes ciudadades. Respecto al desarrollo profesional o ejercicio de sus respectivas carreras, consideran los jóvenes encuestados que apenas existen plazas para ellos y que, en todo caso, es muy duro empezar a labrarse un futuro desde abajo, además de estar mal remunerados y socialmente poco considerados. Por otra parte, en dicho estudio se señala que apenas un dos por ciento de los universitarios se inclina por emprender algo nuevo, poner en marcha una empresa o investigar sobre algo que puede tener encaje en nuestra sociedad. Esta diferencia tan abismal entre unos y otros, los que buscan salidas fáciles o prefieren emprender, marca el signo de los tiempos que corren. En la mentalidad española está grabado a sangre y fuego el concepto del contrato para toda la vida, el trabajo seguro contra cualquier incidencia y la jornada laboral a tiempo completo, y eso se acabó en el nuevo mercado laboral que se impone en toda la Unión Europea. Las jóvenes generaciones van a tener que pelear con todo eso, van a tener que vivir en una transhumancia laboral permanente, porque el cambio es ley de vida, como decía J. F. Kennedy, pero cualquiera que sólo mire al pasado o al presente, se perderá el futuro. Esperemos que ese adagio del líder asesinado sirva de acicate a los jóvenes que nos suceden.