Alfonso Ussía
Láminas opacas
Si hay una familia en España que no puede dudar de la benevolencia de los jueces, es la familia Pujol. Se lo dijo, en pleno arrebato de amor, Rocío de Barbate a su hombre, Pepe el de la Bocana. «Toda para ti, nada para los demás». Los jueces que se ocupan del caso de los Pujol son como Rocío de Barbate. «Mucha indulgencia para vosotros, ninguna para el resto». Me pregunto si al acceder a los Juzgados un Pujol, es espolvoreado de lavanda inglesa por un funcionario del Ministerio de Justicia. – Para que sienta el frescor de la auténtica y genuina lavanda mientras le preguntan, señor Pujol–; –«Moltes Gracies», charnego–; –de «ná»–.
En su comparecencia ante Su Beatitud el juez, el hijo mayor –y el más inteligente–, de los Pujol ha reconocido que multiplicó por diez la fortuna oculta de la familia con inversiones opacas. Pero introdujo una nueva figura financiera con pretensiones literarias que desconcertó a Su Señoría. «El formidable rendimiento de las inversiones se debe a las láminas de titularidad opaca». Lógica confusión. El dinero opaco, que es el dinero oculto, sufre el riesgo de ser perseguido por las leyes. Pero si ese dinero escondido se invierte en «láminas opacas», las leyes no tienen nada que hacer. Como los «flecos de la negociación», que son admitidos en la política y la economía, pero no en el Código Penal. –¿Cuál fue el motivo que le impulsó a asesinar a su socio?–; –que no nos pusimos de acuerdo en los flecos de la negociación–. Y entra en chirona.
Después explicó que repartió entre su madre y sus hermanos el dinero en partes iguales, que a su padre no le hablaba de estas cosas para no importunarle en sus quehaceres institucionales, y que nada tiene de delictivo invertir una herencia que no se sabe si responde a la verdad o al invento en láminas de titularidad opaca. Para ayudar a Su Beatitud el juez a comprender los intríngulis de las dichosas láminas, le ofreció la síntesis de su sabiduría: «Son bonos al portador sin titularidad acreditada que han prosperado en los Estados Unidos, Finlandia, Alemania, Austria y España, así como en Andorra fundamentalmente». –¡Ah, claro, ahora lo entiendo todo!–, exclamó el juez.
Hay mucha belleza semántica en esta operación tan brillante y provechosa. El secreto está en la lámina. De haber invertido la presumible herencia que le ocultaron a su tía en hojas, planchas, lonchas, rodajas, folios o tablas, el juez no habría tenido más remedio que actuar con contundencia. Pero esa figura de la lámina opaca merece la misma consideración que la de los cisnes unánimes de Rubén Darío, o la de la mulata, dos pitones en punta bajo la bata, de Rafael Alberti, rumbo a La Habana cuando supo de la cornada mortal a Ignacio Sánchez Mejías. Con los Pujol, la economía y las finanzas se han integrado definitivamente en la figuración poética, en la metáfora envolvente y embriagadora que sobrevuela, por su preciosa lindeza, al Código Penal.
Pero me preocupa, no puedo ocultarlo, con láminas opacas de desasosiego, que llegue el día en el que los Pujol, cualquiera de ellos, padre y madre incluídos, se topen con un juez menos proclive a la emoción poética y disponga que uno tras otro, el uno del otro en pos, ingresen en la trena sin láminas de fianza opaca, posibilidad harto probable si los miembros de esta singular familia persisten en reirse del resto de la ciudadanía. Ese riesgo es evidente, y me desasosiega la culminación del peligro, que en el día de hoy dejo advertido mientras de mis ojos fluyen láminas de lágrimas opacas de ajena titularidad.
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