Paloma Pedrero

Largas fiestas

Entre pitos y flautas, y salvo una minoría atareadísima, nos pasamos más de quince días navideños sin trabajar como debe ser, afanados y con decisión. Yo tengo un hartazgo... Porque, aunque no quiero jugar a esto, las circunstancias obligan. Cuando no es fiesta oficial, es el intermedio. Cuando no tiran petardos, suenan las insoportables felicitaciones. Cuando llamas para resolver algo, no te lo cogen. La gente, pobrecilla, no ama su trabajo y, salvo fuerza mayor, está deseando escaquearse. Así que unos días antes de la fecha empiezan a relajarse y luego, cuando vuelven a su puesto, necesitan otros tantos de adaptación. Padecen con lo que hacen. Ésa es la desgracia de esta sociedad nuestra; que la mayoría no elige el laboro que realizará durante toda su vida, no tiene esa posibilidad, por lo que se la pasa atormentado y contando los años que le quedan para la jubilación. Triste.

El otro día, el 29, y con la ola de frío encima, nos quedamos sin calefacción en mi edificio. Cuando conseguí hablar con la encargada de la caldera, me puso todo tipo de trabas para resolverlo. La infeliz insistía en recordarme el día que era. Tuve yo que recordarle asimismo que aquí vivían ancianos, niños y enfermos que se estaban convirtiendo en carámbanos, y que no se calentarían con la idea de que el año llegaba a su final. Pobre, a esa chica no le gustaba su trabajo y lo hacía mal. Si el propósito de la educación cambiase y nos dejaran encontrar nuestro lugar de trabajo gozoso, con la mitad del tiempo obligado daríamos los mismos o mejores resultados. Y no nos pasaríamos la vida reivindicando días festivos, puentes, vacaciones interminables. Yo no veo el momento de que se acabe esto». Lo ha dicho muy bien el dirigente del PP, Carlos Floriano. Menos y bajo sospecha.