Alfonso Ussía
Las 300
Trescientas actrices de Hollywood se han propuesto terminar con los depredadores sexuales que dominan el mundo del cine. Ellas son tan profesionales y buenas actrices que después de tratar, trabajar y triunfar gracias al más pervertido de todos ellos, hasta hoy no se han dado cuenta de lo mal que lo han pasado. Desde Meryl Streep y Oprah Winfrey a Nicole Kidman y Penélope Cruz, muy protegida y mimada por el perverso Weinstein, casi todas las estrellas. La documentación fotográfica es extensa y variopinta. Todas las actrices conocidas aparecen en las fotografías besando, abrazando, sonriendo y celebrando al canalla del depredador. Así, durante veinte años, en los cuales ninguna de ellas analizó los motivos y causas de sus enormes sufrimientos.
No pretendo justificar a un cerdo como Weinstein, pero sí poner en duda la tragedia de sus víctimas. Weinstein, al menos, no simuló jamás sus impulsos de jabalí en celo. Hasta que una actriz que había sufrido sus acosos lo denunció con veinte años de retraso. Entonces, todas las que le abrazaron, trabajaron para él, se fundieron en besos y abrazos con el productor y se sentaron junto al canalla en las cenas californianas rogándole papeles de protagonistas en sus producciones llegaron a una conclusión. –Somos sus víctimas, hemos sufrido mucho y vamos contra él–. Fue entonces, cuando se vistieron de negro con baratísimos modelos de los más exclusivos modistas del mundo y se emocionaron con las palabras encendidas de Oprah Winfrey, amiga de Weinstein, de Clinton, de Bill Cosby y de Meryl Streep, la jefa de las sufridoras.
Abro paréntesis. Alberti, Luis Miguel Dominguín, y demás amigos de Pablo Picasso, aseguraban que el genio malagueño se acostó con todas sus modelos. Y que las aspirantes a modelos hacían cola para posar desnudas ante Picasso. La misma costumbre tenía Modigliani. Hay que retirar de los museos los lienzos, acuarelas, bocetos y dibujos de Picasso y Modigliani. Faltaría más. Qué vergüenza. Cierro paréntesis.
En París, un centenar de mujeres encabezadas por la actriz Catherine Deneuve han criticado a las sufridas actrices de Hollywood. No justifican –todo lo contrario–, a Weinstein, pero dejan entrever el cinismo mayúsculo de algunas de sus víctimas y el falso puritanismo que se quiere imponer. Ha escrito Deneuve: «La violación es un crimen. Pero la seducción, por torpe e insistente que sea, no es un delito, ni la galantería masculina es una agresión machista». Y la escritora Abnousse Shalmani sitúa al feminismo radical en el estalinismo «con todo su arsenal. Acusación, ostracismo y condena».
La falofobia –voz que regalo y pongo a disposición de la RAE–, se ha impuesto en el cine americano en detrimento de la antigua falofilia –igualmente a disposición de los académicos–, consistente en tener relaciones con los productores y actores conocidos para trepar por las altas buganvillas que llevan a la celebridad. Ni una ni otra merecen la victoria, y menos aún la falocracia machista y añeja. En el cine, sólo el arte y la excelencia pueden considerarse merecedores del éxito. Pero el mundo es muy complicado. En el mundillo de las cadenas de televisión –aquí también, en España–, el acoso sexual está a la orden del día. El ser humano es imperfecto, ambicioso y animal.
El cochino de Weinstein ya está disecado. Y lo merece. Pero la hipocresía de las millonarias progres vestidas de negro no puede ser pasada por alto. Todas ellas adoraron al cochino, ganaron dinero con el cochino, se ofrecieron –profesionalmente, claro–, al cochino y triunfaron gracias al cochino.
In video veritas.
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