Ángela Vallvey
Las compañías
Las madres de antiguamente advertían a sus retoños: «Ojito con quién te juntas, nada de malas compañías...». Solo «las compañías» buenas otorgaban buena reputación. En el juego de apariencias sociales, saber rodearse de la gente adecuada era decisivo, mientras que quien anduviera en asociaciones poco recomendables vería mermado el entusiasmo social que despertaba.
Con las elecciones, el influjo de las compañías –buenas o malas– también se deja sentir. Algunos de esos muchos ciudadanos indecisos argumentan que no van a votar a este o al otro partido porque, una vez que se cuenten los votos, seguramente pactarán con aquel partido, o con el de más allá, opciones que no les gustan nada. O sea, que de alguna manera tienen miedo a que el suyo sea un voto «por partido interpuesto». Que si votan A, porque no quieren a B, y al final A pacta con B... ¡para ese viaje hasta la urna no se necesitaban alforjas llenas de buenas intenciones!
Hay cierta desconfianza ante los pactos que tendrán lugar el día después de las elecciones. La incertidumbre de lo que pasará genera especulaciones inquietantes. El escenario demoscópico que nos muestran las encuestas varía por minutos y el votante indeciso, confundido ante el posible panorama poselectoral, teme que las alianzas que habrán de efectuarse produzcan un transfuguismo de votos. No quiere que el suyo acabe apuntalando al partido B justamente cuando él deseaba que sirviera solo al partido A. Junto con el voto, el ciudadano siente que otorga al grupo político un depósito de valor incalculable. Con el voto, el contribuyente ejecuta un acto generoso de transmisión de confianza. Es lógico que el voto despierte en quien lo introduce en la urna un legítimo sentimiento de propiedad, un pequeño ramalazo de pasión testaruda. Nadie desea que su voto siga el camino de las malas compañías y acabe codeándose con escaños que, para su gusto, no son recomendables. El votante desconfía del transformismo político, de ahí su estupor, el gran porcentaje de indecisos, el recelo ante un posible transfuguismo que no sea de su agrado.
En realidad, no hay tanto que temer de los pactos. Son parte esencial de la democracia. Hay países europeos que se cuentan entre las democracias más solventes y avanzadas del mundo y que han hecho de los acuerdos un arte que ha generado más armonía social que conflictos.
Esperemos lo mejor, pues. Porque, además, lo mejor siempre es... esperar lo mejor.
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