Joaquín Marco

Las formas y el fondo

Imaginemos un autobús escolar en una salida programada de niños que se encuentran al borde de la adolescencia. Los gendarmes lo paran y detienen entonces a una niña de quince años ante todos sus compañeros y, junto a su padre, madre y seis hermanos, cuatro de ellos también escolarizados en Francia, son depositados en la frontera y expulsados al país de origen del padre, con inútiles documentos de la ya extinta Yugoslavia. De no haberlo hecho de este modo, habrían sido unos más de los treinta mil extranjeros sin papeles que son depositados en las fronteras de Francia, país idealizado por su acogida. Todo ello debe situarse en un ambiente marcadamente xenófobo, en el crecimiento de una extrema derecha que combate cualquier debilidad en la política migratoria. Por otra parte, la detención de Leonarda Dibrani, que así se llama la muchacha, se ordena por una Administración socialista en horas bajas y por un ministro del Interior, no menos socialista, en alza. Las manifestaciones estudiantiles que se sucedieron protestaban por la detención en horario escolar y pedían la repatriación de Leonarda y su familia. Pero cabe señalar también la ausencia de unas normas legislativas que definan las formas en las que se han de producir casos semejantes. Cuatro de sus hermanos estaban también escolarizados, porque el asilo solicitado había tardado casi cinco años en resolverse y en esta ocasión negativamente. El caso de Leonarda se convirtió de este modo en un símbolo de las dificultades de toda una minoría, la gitana, con serias dificultades de integración en los países europeos. Porque la muchacha había nacido en Italia y la familia salió de allí huyendo de la persecución que decretó Berlusconi. Había llegado a Francia en 2009 y hablaba francés. Se lamentaba de que en su actual destino no conocía a nadie, ni tan solo la lengua. Una vez más se producía el desarraigo.

Fue valiente al responder al apaño de Hollande, que tuvo que intervenir en unas declaraciones por televisión para acallar de algún modo a la opinión pública y defender a su ministro, el barcelonés Manuel Valls. El presidente propuso la posibilidad de que regresara Leonarda sola y volviera a escolarizarse. Desde Mitrovica (Kosovo), donde se encuentra, aquélla respondió con rapidez: «No me esperaba eso de Hollande, creo que el presidente no ha visto bien nuestro informe, no ha hecho bien su trabajo. ¿No tiene corazón para acoger a esta familia?¿No tiene piedad?». Pero el argumentario sentimental choca también con una zona oscura de la realidad. Resar Dibrani, su padre, admitió ante las cámaras de televisión haber mentido sobre la nacionalidad kosovar de su esposa. Compró por 50 euros en París un falso certificado de matrimonio y consta además en su expediente que había cometido pequeños hurtos que le llevaron ante la Justicia. Por otra parte fue denunciado por violencia por su mujer y sus hijos, que retiraron posteriormente la acusación. Había rechazado algunas ofertas de trabajo y anunció su intención de, una vez conseguidos los permisos, seguir viviendo de las prestaciones sociales. El informe policial concluía que «no mostraba una voluntad real de integrarse en la sociedad francesa». Y éste viene a ser el fondo del asunto. Ni Francia ni Italia ni otros muchos países centroeuropeos muestran voluntad de asimilar una realidad social que acostumbra a ser de otro signo que la del propio país de acogida. Tan sólo la educación ha de permitir una lenta asimilación y un cambio de costumbres ancestrales que tienen su naturaleza en la misma institución familiar, entendida en un muy amplio sentido. El caso de Leonarda es sintomático. Vivieron durante este tiempo en un centro de acogida del Estado y a base de subsidios públicos. Pero ésta no puede ser una solución para un pueblo que mantiene su identidad de forma irrenunciable y unas formas de vida que contrastan con las de los países de acogida. La opinión de los franceses, reflejada en las encuestas, señala que el 65% no desea que la muchacha regrese a Francia y un 74% apoya al ministro del Interior, cuya cota de popularidad se incrementa a medida que desciende la de Hollande. Valls es un duro en el Partido Socialista Francés. Sus acciones, en este caso, han dividido incluso a los votantes socialistas y los han alejado aún más del resto de los partidos a su izquierda.

Pero el meollo de la cuestión no es el tratamiento que ha dado el Gobierno francés, que ha perdido fundamentalmente por las formas, al caso concreto de esta muchacha. En un mes de escolarización había faltado a clase 21 días. Tampoco resulta un ejemplo de dedicación al estudio. ¿Qué motivaciones se requieren para resolver una cuestión como la de la integración del pueblo gitano? Es una cuestión histórica muy difícil de resolver. Tal vez España, en los últimos años, ha dado un paso adelante frente al resto de los países mediterráneos. Con la democracia se acentuó la nada fácil escolarización y, con ella, una mayor integración de los gitanos en una sociedad permisiva, tolerante y abierta. Pero tampoco aquí el problema está resuelto definitivamente. Porque los diferentes grupos en los que se dividen y que reciben diversos nombres tratan de conservar su identidad y proponen una integración sin asimilación. La propuesta francesa es la de asimilarlos. Pero el regreso de la muchacha a Francia, sin el resto de su familia, parece también poco viable. Ninguna de las soluciones propuestas por el Gobierno francés resolvería una tan compleja y enmarañada cuestión. La democracia es también una cuestión de modos.