Agustín de Grado
Las mismas distancias
Los principios obstaculizan la política pragmática que hace de la conquista y conservación del poder un fin en sí mismo. Son tiempos de sumisión demoscópica. Y está mejor valorada la apelación al diálogo que la esforzada custodia de la verdad. Toda expresión de tolerancia se antoja más democrática que una posición de firmeza, por anclada que esté en defensa de la libertad. Lo llaman moderación, pero es equidistancia. Vergonzante y acobardada equidistancia. Susana Díaz esta semana en Cataluña, por ejemplo. Entre separatistas (Mas y los suyos) y separadores (Rajoy, of course) están los socialistas, faltaría más. Como si existiera posición intermedia entre quien desafía la soberanía nacional y quien le planta cara desde la legalidad. Díaz es el PSOE de siempre. El que subordina la cuestión nacional a la estrategia electoral de cada momento. El que aún en asuntos medulares prefiere ponerse de perfil para situar al PP en la intolerancia. Sea con la secesión catalana o la política antiterrorista. Lo ha escrito Savater: antes la firmeza era de derechas por intransigente; ahora que ETA no mata, la firmeza es de extrema derecha por innecesaria.
La habilidad del PSOE para equidistar siempre entre extremos por él imaginados tiende varias trampas al PP. La primera, conceptual: asumir que la moderación es una virtud más allá del temperamento. La segunda, política: aceptar que el centro se halla entre límites establecidos por otros. La tercera, de contagio: advertido ya en Javier Maroto, alcalde de Vitoria, cuando desacredita al nuevo partido de sus excompañeros Ortega Lara y Abascal como cobijo para «herederos de Blas Piñar». El tópico del pasado franquista que comparten proetarras y PSOE cuando atacan al PP. Vaya coincidencia.
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