
Martín Prieto
Libertades judiciales
Un juez amigo, de la Audiencia Nacional, me telefoneó al filo del almuerzo para avisarme que venía a casa con un colega «estrella» que quería conocerme. La médica (machismo subyacente) aparejó unos huevos con patatas y en la cocina los cuatro desguazamos el país y la Justicia. La «estrella» no se privó de dejar al Rey en harapos y de confidencializarme flecos de varios de sus sumarios. Este incesto entre jueces y periodistas, que se daba hace décadas, ha ido «in crescendo» hasta teatrillo de corrala. Dos revoluciones esperan a nuestra Justicia: la rapidez y la reserva de los sumarios confidenciales.
En España se archivan procedimientos por fallecimiento de los protagonistas y los sumarios secretos se subastan a las puertas de los juzgados. No se debe excluir a un juez de su libertad de expresión, pero tampoco casa con la dignidad de la justicia el magistrado que hace de lo suyo tertulia con un informador, aunque lo haga «off the record». De nuevo la indeclinable libertad de expresión se usará como pedrada en vidriera, olvidando que su deontología profesional obliga a los médicos a guardar secreto sobre las dolencias de sus pacientes, sin que nadie se rasgue las vestiduras constitucionales. Lo que la reforma del Poder Judicial no podrá evitar es la libre publicación de noticias ciertas obtenidas lícitamente. Ni mis huevos con patatas, ni la censura.
El aforamiento de personajes públicos arranca de la Europa medieval del siglo XIII y camina hacia su práctica extinción en todo el mundo. Aquí conservamos la espada del Cid (una copia moderna) asaltador de supermercados Sánchez Gordillo a un diputado autonómico dado a la recalificación de terrenos.
Algo hemos hecho mal, o se nos olvidó, no aforando al Príncipe y a su familia directa, dejándolos al albur de un juez de guardia con dispepsia. O republicano montaraz. El aforamiento de la Reina y los Príncipes es necesario, útil y urgente. Y es un privilegio dudoso al privarles de una apelación. Pero ese acierto debiera ser correlativo a la poda de este vicio del aforamiento nacional que podría haber filmado el gran Berlanga. Más allá de diputados, senadores y Gobierno. Los aforados no pueden ser la procesión del Santo Entierro.
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