ETA

Lo de ETA ...

La Razón
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Esta semana se ha conmemorado el trigésimo aniversario de la matanza que perpetró ETA en el atentado contra la casa-cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza. Pasan los años y la memoria de los hechos pervive. Aquel ataque llevó la firma de Henri Parot, un tipo sanguinario que, paradójicamente, llegó llorando ante el juez de la Audiencia Nacional, quejándose de que sólo le habían dado un bocadillo para comer, según me contó en cierta ocasión el magistrado Carlos Dívar, fallecido hace apenas un mes.

El tiempo pasa, la memoria perdura, pero la justicia parece que se desvanece. El ministro Zoido, en un acto celebrado en el lugar del atentado, ha hablado de la derrota del terrorismo y del papel que, en ella, juega «la unión sin fisuras»; y el presidente de Aragón, Javier Lambán, ha señalado en el mismo lugar que la democracia no puede permitirse «el lujo de la amnesia». Ambos están en lo cierto y es pertinente reconocerlo, pero por mucho que la retórica nos consuele, no por ello podemos eludir lo obvio: la ETA vencida aún no se ha disuelto, buena parte de sus crímenes –unos trescientos– continúan sin resolverse y su legado político, a través de Sortu y la coalición EH Bildu, ocupa un lugar en las instituciones vascas.

Lo de ETA ahí sigue sin que el Gobierno sepa muy bien qué hacer con ello. Es verdad que en nada ha favorecido a esa organización terrorista, pero también es cierto que ha carecido de iniciativa política para propiciar su definitiva desaparición. Entretanto, el tiempo pasa y buena parte de los etarras presos van cumpliendo sus condenas y quedan en libertad. Otros fallecen en prisión, como le ocurrió hace también pocos días a Belén González Peñalva, otra terrorista cruel a la que, por cierto, le ofrecieron después de morir un acto de reconocimiento en su pueblo, con asistencia de los principales gerifaltes del abertzalismo independentista. Esto, más allá de que pueda ser o no un delito, resulta desasosegante para muchas personas, entre ellas buena parte de las víctimas del terrorismo que no entienden muy bien cómo en un país democrático se tolera la exaltación de quienes hicieron de la violencia su modo de participación política.

Lo de ETA, se quiera o no, sigue siendo un problema que el Gobierno tiene que resolver y para el que no vale la paciente espera porque las legislaturas transcurren a una velocidad mucho mayor que la que se observa en los procesos decisorios de esa organización terrorista. Es verdad que, media docena de años después del cese de las acciones armadas, puede no tratarse de un asunto apremiante, pero ello no quita para que haya dejado de ser completamente peligroso. Y desde el punto de vista político constituye un fiasco que se anota entre las deudas que, al final, se van dejando de pagar y que los electores evocan de vez en cuando, como ahora, en esta semana en la que vuelve el recuerdo de los que perecieron.