Alfonso Ussía

Lo que no entiendo

La Razón
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Al menos en una ocasión durante la vida, hay que abrir la sinceridad y reconocer públicamente lo que no hemos entendido desde nuestro nacimiento y jamás entenderemos en el último tramo de nuestra existencia sobre la tierra. Por ejemplo, «ung tam kakú dongo mongo mafatú». Me aseguran que es oración muy frecuente en el hablar de las familias de las islas Fiji. Pero si, por extraña circunstancia casual, me veo obligado a viajar a las islas Fiji en los próximos meses, y cuando paseo por sus playas blancas guardadas por palmeras un habitante de tan lejano lugar me dice «ung tam kakú dongo mongo mafatú», me veré obligado a poner cara de turista, abrir los brazos y responder amablemente. «Siento mucho, yo no entender». Lo mismo me puede estar ofreciendo una ración de coco fresco que elogiando la elegancia de mis andares con mi traje de baño color mandarina, o advirtiéndome del peligro de nadar por las azules aguas que en la playa rompen por la abundancia de tiburones y serpientes marinas venenosas. O que se trata de la fórmula de ofrecer en las islas Fiji un cartón de tabaco rubio libre de impuestos.

No entiendo a los alpinistas. Lo siento. Tengo familiares y amigos que lo son. La hazaña montañera de la que me siento más orgulloso es la de haber culminado sin problemas el ascenso al monte Igueldo de San Sebastián durante el estallido de mi juventud. Y lo hice con mi novia vasca Pili Choperena, que me aventajó en la cumbre veinte minutos. Se trata de un ascenso agradable, sin piolets, sin cuerdas, sin agobios respiratorios, sin vértigos y sin la necesidad de preguntarse a uno mismo, cuando la cumbre ha sido conquistada, qué hace uno ahí y cómo hay que descender. Yo lo hice en funicular.

No entiendo el proceder de los sioux.

No entiendo a los que se adentran en el agua en Sanjenjo o Bueu, y al emerger su cabeza por entre las olas animan al resto de su familia con la siguiente falsedad: ¡Está buenísima!

No entiendo la mecánica de los relojes, y menos aún, los pasos que hay que cumplir para cambiar la rueda pinchada de un coche. No entiendo nada de lo que me dicen cuando me hablan a grito pelado. No entiendo que seres humanos sabios, cultos, civilizados y comprensivos, puedan disfrutar comiendo criadillas, riñones, sesos, tripas y casquería en general.

Menos aún a los consumidores de lampreas.

No entiendo a los maltratadores de semejantes, y menos aún si el maltrato o la brutalidad lo padece una mujer.

No entiendo a los maltratadores de mascotas y animales de compañía, a excepción de las serpientes. Y me atrevo a confesar –el delito ya ha prescrito–, que en mi niñez y con la ayuda de una escopeta de aire comprimido, demostré una considerable pericia abatiendo ratas y ofidios, más de las primeras que de los segundos, y tal y tal.

No entiendo a los comunistas.

No entiendo que en un Estado de Derecho los millonarios paguen menos impuestos que los que trabajan y carecen de posibilidades para hacer trampas tributarias.

No entiendo que no suceda nada con los Pujol. Y tampoco, que después de diez años de desobediencia y chulería continua y aumentada, no se haya aplicado la ley a los traidores del separatismo, artículo 155 de la Constitución incluido.

No entiendo el flamenco, y cuanto más «jondo», lo entiendo peor. Tampoco entiendo el «Ulises» de Joyce, el «Lobo Estepario» de Hesse,y «La Rusa» de Cebrián. En la pintura no entiendo a Tapies. Bueno, lo entiendo perfectamente, a los que no entiendo es a los que compran un Tapies por tener un Tapies. Pero se lo merecen. Y no entiendo –de música escribo–, a Manuel de Falla. Soy incapaz de entender que existan forofos del «Barça» que no han nacido en Cataluña. Al contrario, entiendo a la perfección que abunden los madridistas que no han nacido en Madrid.

No entiendo, respetando mucho su trayectoria, el Cubo de Moneo.

No entiendo a los que dudan del amor sincero de Irene Montero a Pablo Iglesias. Me parece una falta de respeto. No entiendo que sor Lucía Caram siga siendo monja. Y para no escandalizar, silencio el resto de las cosas, las situaciones, los hechos y las costumbres que jamás entenderé. Sucede que si las relaciono, mañana ingreso en prisión por políticamente incorrecto.

Ah, y no entiendo a los que no confunden a Pablo Motos con Évole o Buenafuente. Y no entiendo a Brakowlavsky, lo cual tanto me preocupa.

Por último, no entiendo que me sigan diciendo en los bares y restaurantes «buenas noches, caballero» cuando no he acudido a bar ni restaurante alguno en toda mi vida montado a caballo.

Ya me conocen una miajita.