Ángela Vallvey
Lo sagrado
Sin embargo, a mí me gustan las chicas de Femen, con su insolente juventud de ceño fruncido y sus tetas bien puestas; apoyo muchas de sus causas. Son las «Afrodita A» del feminismo posmoderno. Aunque algunas militantes, según veo, no parezcan saber qué cosa es «lo sagrado». No me preocupa que estas muchachas saquen pecho gritando en el Congreso de los Diputados. Me inquieta más que vociferen y monten el «show» algunas señorías, que son representantes de la soberanía del pueblo español, y que en ocasiones demuestran ser capaces de convertir las Cortes en un «Congreshow» que, además, ni siquiera tiene gracia. Pero, ¿cómo se puede decir que el aborto es sagrado? Eso es una contradicción. Y no sólo moral. Mircea Eliade explicaba que lo sagrado es lo real, potencia y fuente de vida. De fuerza. Lo sagrado siempre es la vida. El aborto es pérdida, negación, desgracia. Está lejos del espacio de lo sagrado y de lo consagrado. El ser humano construye sus santuarios intentando imitar a los dioses creadores del cosmos. En lo sagrado, todas las culturas inauguran y construyen nuevas vidas y comienzos. Una habitación se bautiza como templo y su geometría alberga los centros del universo. Los sentidos del cuerpo se clarifican, los acontecimientos se vuelven míticos. Los rituales permiten reproducir a escala humana lo que imaginamos que sueñan los dioses. Lo sagrado convierte la eternidad en momento presente y recuperable, en liturgia de sentido. El ser humano espiritual intenta remedar a los dioses y así consigue dioses que lo imitan a él. Lo sagrado sirve para purificar el mundo. El eslogan de las Femen «¡Aborto es sagrado!» no es una provocación: suena a la mala traducción al español de una activista extranjera que quería decir «el aborto es intocable» y, con las prisas, usó el «Google Translate».
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